Capítulo ciento cuarenta y ocho "Allanamiento"

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Estábamos en la biblioteca de la escuela, un lugar lleno de estanterías altas y hileras de libros alineados perfectamente. El olor a papel viejo y tinta se mezclaba con la luz tenue de las lámparas de escritorio, creando un ambiente casi acogedor, si no fuera por la tensión palpable en el aire. Scott se inclinaba sobre la laptop abierta frente a él, sus cejas fruncidas mientras leía la pantalla. Habíamos estado aquí un rato, buscando cualquier pista sobre la palabra que Lydia había escrito: "Stiles".

—"Stile; un arreglo de paso que les permite a las personas pero no a los animales subir a una cerca"—leyó en voz alta, sus ojos marrones moviéndose de la pantalla a mí, buscando alguna confirmación de que esto tenía sentido.

—Sí... no creo que sean los "Stiles" que estamos buscando —dije, dejando escapar un suspiro. La frustración se asentaba en mí como un peso físico, un recordatorio constante de que estábamos corriendo contra el tiempo y sin pistas claras.

Scott asintió, cerrando la laptop con un chasquido suave.—Tal vez Malia encontró algo —dijo, aunque su tono sugería que no tenía muchas esperanzas.

—No, tiene exámenes de recuperación —respondió Lydia desde el otro lado de la mesa, cruzando los brazos sobre el pecho. Parecía inquieta, su mirada perdida en algún punto de la mesa, como si pudiera encontrar respuestas allí.

De repente, un aullido rompió el silencio, resonando desde los pasillos vacíos de la escuela. El sonido me atravesó, reconociéndolo al instante. Mi estómago se hundió y mis ojos se encontraron con los de Scott.

—Ay no —murmuré, un nudo formándose en mi garganta—. Creo que fue demasiada presión para Malia.

—Sí, creo que el examen no estuvo bien —dijo la pelifresa mientras nos levantábamos de nuestras sillas. La preocupación en su rostro reflejaba la mía. Sabíamos que, cuando Malia se sentía acorralada, la transformación era casi inevitable.

Bajamos al sótano, el lugar donde Malia solía ir cuando necesitaba estar sola o cuando las emociones la abrumaban. Las sombras nos envolvieron mientras descendíamos por las escaleras, y los sonidos de nuestros pasos resonaban suavemente en las paredes de cemento. Nos detuvimos cerca de la entrada, Scott un poco más adelante, preparado para enfrentar lo que nos esperara allí.

—Malia —llamó Scott con suavidad, su voz llena de la calma que siempre trataba de mantener en situaciones como esta—. Tranquila, estás a salvo.

Un gruñido profundo y nada amistoso fue la respuesta. Podía imaginarla en su forma de coyote, asustada y a la defensiva. Mi corazón latía con fuerza, la preocupación latiendo en mis sienes.

La puerta detrás de nosotros se abrió, y me volví para ver a mi padre, el sheriff, entrando al sótano con cautela. La directora Martin estaba detrás de él, su expresión estoica, aunque podía ver la preocupación en sus ojos.

—No te voy a lastimar —aseguró el castaño mientras me acercaba a él, sintiendo la tensión en sus hombros. Me quedé a su lado, mi mano rozando su brazo en un intento de darle apoyo. Scott giró ligeramente la cabeza hacia mí, hablando en un tono apenas audible—. Ya se está calmando.

—Tal vez... deberías gruñirle también —comentó mi padre, claramente nervioso. Malia podía ser peligrosa en este estado, y lo sabíamos—. Scott, eres el alfa, ¿no puedes... hacer que sea un poco más dócil?

—Ella no es el problema —dije de repente, dándome cuenta de lo que estaba pasando. Miré a Malia, aún en las sombras, y luego a Scott—. Somos nosotros.

Scott me miró, sus ojos llenos de preguntas, pero también de comprensión. Asintió lentamente, captando lo que quería decir.

—Es su territorio —continué, mi voz más firme—. Tenemos que irnos de aquí.

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