capítulo ciento treinta y ocho "La Bestia y el Kitsune"

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Los chicos se marcharon tras Parrish, ya que al parecer huyó hacia la escuela y Argent lo había alcanzado. Mientras tanto, yo recogí a Melody, que había estado jugando tranquila en casa de Scott al cuidado de Melissa, y nos dirigimos a mi casa. Sabía que Scott vendría a pasar la noche aquí, así que hice todo lo posible para crear un ambiente relajado y acogedor.

Hicimos una pequeña noche de chicas, como las que tanto disfrutábamos. Preparamos palomitas de maíz, vimos una película animada, y Melody insistió en pintarme las uñas de un color rosa brillante que había encontrado entre mis cosas. No pude negarme; verla feliz era todo lo que necesitaba en ese momento. Cuando el sueño empezó a ganarle la batalla, la llevé a la cama de mi padre, sabiendo que se sentiría más cómoda allí. Le di un beso en la frente y la arropé con cuidado, asegurándome de que estuviera bien antes de apagar la luz y cerrar la puerta suavemente.

No pasó mucho tiempo antes de que escuchara la puerta principal abrirse y cerrarse. Sabía que eran Scott y Stiles. Scott fue directo a mi habitación, mientras que Stiles, fiel a su estilo, no podía resistirse a soltar algún comentario sarcástico.

—Oigan —dijo Stiles en voz alta, asomándose por el pasillo—, traten de no hacer mucho ruido, ¿sí? —Y para rematar, guiñó un ojo con una sonrisa traviesa.

El comentario me tomó por sorpresa, y antes de poder pensar en una respuesta ingeniosa, tomé lo primero que encontré, un cojín del sofá cercano, y se lo lancé con fuerza. Stiles, con sus reflejos rápidos, lo esquivó fácilmente y se echó a reír, satisfecho de haberme provocado una reacción.

—¡Cállate! —gruñí, sintiendo cómo la vergüenza me subía por las mejillas.

Mi hermano, en lugar de irse, se apoyó en el marco de la puerta y añadió, con una expresión que solo un hermano podría tener en una situación como esta—Puedes poner un cojín detrás de la cama para... ya sabes. Es solo un consejo, tómalo o déjalo —dijo, levantando y bajando las cejas de forma exagerada.

No pude evitar reír ante su descaro, aunque no pensaba darle la satisfacción de verme sonrojada.—Claro, porque tú eres todo un experto en la materia, ¿eh? —le respondí, cruzándome de brazos y adoptando un tono sarcástico—. Tengo mucha más experiencia que tú, hermanito.

Él se encogió de hombros, como diciendo "lo que tú digas", y finalmente se retiró, dándome la oportunidad de estar a solas con Scott.

Cerré la puerta de mi habitación y me volví hacia él, encontrándome con sus ojos cálidos y esa sonrisa que siempre hacía que mi corazón se acelerara un poco más.

—¿No vamos a hacer nada, o sí? —le pregunté con una mezcla de nervios y expectativa en la voz.

Scott sonrió ampliamente, y me di cuenta de que sus ojos brillaban con una chispa de travesura.—La verdad, pensaba en que me ayudaras con economía —respondió, su tono deliberadamente inocente—. Ando algo flojo.

No pude evitar soltar una carcajada, recordando perfectamente esas mismas palabras de nuestra primera vez juntos. Aun entonces, Scott había intentado aliviar los nervios con una broma tonta, y aunque yo había estado demasiado preocupada para reír en ese momento, ahora solo sentía una cálida nostalgia.—Es anatomía, torpe —repliqué con una sonrisa, devolviéndole la misma respuesta de aquella vez.

La familiaridad de nuestras palabras parecía crear un puente entre el pasado y el presente, una especie de ancla en medio de todo lo que había cambiado y lo que habíamos vivido desde entonces.Rió suavemente, un sonido que siempre lograba derretir cualquier tensión en mi cuerpo, y me tomó por la cintura, atrayéndome hacia él. Sus manos, cálidas y seguras, me daban la bienvenida de la manera más natural del mundo.Nos besamos, y sentí una electricidad familiar recorriendo mi cuerpo, como si cada célula reconociera su toque. Mis manos, ansiosas por sentir más, comenzaron a deslizarse por su pecho, disfrutando del calor de su piel bajo la tela de su camisa. Empecé a desabotonarla, pero antes de que pudiera terminar, Scott se quitó la prenda con una rapidez que me hizo reír entre dientes. Pero, en lugar de quitársela del todo, dejó una camiseta debajo, algo que hacía casi siempre por costumbre, y eso me hizo poner los ojos en blanco.

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