Capitulo ciento setenta y cuatro "Solos tú y yo"

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—¿Y si te entierro en la arena? —propuse divertida, sintiendo que una chispa traviesa recorría mi cuerpo.

Scott levantó una ceja, una sonrisa astuta dibujándose en su rostro.

—¿Tú? ¿Enterrarme a mí? ¡No te atrevas! —dijo, llevándose las manos a la cadera con un gesto desafiante.

—¿Por qué no? —desafié, riendo mientras corría hacia él—. Tal vez deberías tener un poco más de miedo.

—Oh, tengo miedo, mucho miedo —respondió, pretendiendo temblar. Pero su expresión delataba que estaba disfrutando cada segundo.

Con un rápido movimiento, lo empujé hacia la arena, y aunque trató de resistirse, terminé tirándolo al suelo. Se dejó caer con una risa mientras yo comenzaba a cubrirle los pies con arena.

—¡Espera, espera! —gritó, riendo a carcajadas—. ¡No puedo moverme!

—¡Eso es! —exclamé, sintiendo la adrenalina correr mientras seguía enterrándolo, cubriendo sus piernas y parte de su torso—. ¡Estás atrapado!

—Esto no va a acabar bien para ti —dijo, riendo y tratando de zafarse. Pero mi determinación era fuerte, y cada mano llena de arena era una victoria.

—¡Ríndete, McCall! —grité, mientras lanzaba más arena hacia su cuerpo.

Finalmente, después de varios momentos de lucha, solo su cabeza asomaba entre la arena, y me senté a su lado, disfrutando de la victoria.

—¿Qué tienes que decir ahora, oh gran guerrero? —bromeé, cruzando los brazos y mirándolo con satisfacción.

—Tienes una forma extraña de demostrar tu amor, ¿sabes? —respondió, todavía riendo mientras me miraba con esos ojos llenos de diversión—. Pero no puedo negar que es... bastante creativo.

—Es lo menos que puedo hacer por mi esposo después de dejarlo caer al agua —dije, sonriendo mientras lo miraba.

—Vas a pagar por esto, Hannah —dijo con un tono de advertencia, pero no podía evitar reírme al ver cómo luchaba para liberarse de la arena.

Decidí que era el momento perfecto para dejarlo en suspenso, así que me incliné y le di un suave beso en los labios, disfrutando de su calidez y de la conexión que teníamos, incluso mientras lo mantenía atrapado en la arena.

—Ahora, siéntete afortunado de tener una esposa que te entierra en la playa en lugar de abandonarte en el océano —dije con picardía, levantándome para buscar más arena.

—Te lo prometo, Hannah —dijo Scott, mientras se esforzaba por liberarse—. ¡Te vas a arrepentir de esto!

Me giré para mirarlo, su rostro cubierto de arena y una mirada juguetona en sus ojos. No pude evitar reír, pero sentí que era el momento perfecto para un pequeño desafío.

—¿De verdad? —pregunté, acercándome un poco más. Mi mente ya estaba maquinando otra travesura—. ¿Qué pasaría si...?

Con un movimiento rápido, comencé a cubrirlo aún más, pero esta vez bajé un poco más, tratando de esconder su cabeza en la arena, aunque era un intento torpe y divertido.

—¡Hannah! —gritó, aunque la risa apenas podía contenerse en su voz—. ¡Eso es demasiado!

—¿Demasiado? —repliqué, encogiéndome de hombros—. Solo estoy asegurándome de que no escapes.

Finalmente, se zafó un poco y me atrapó en un abrazo, llevándome al suelo junto a él. La arena se esparció por todas partes, pero no me importó en absoluto. Ahora ambos estábamos tumbados en la arena, riendo y tratando de recomponernos.

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