Candy sintió que el tiempo se detenía en aquellos momentos mientras recordaba al amor de su vida abandonar el local con paso firme y a su amiga detrás, como un maldito perro faldero. La proximidad de Vanessa la inquietaba, esa lealtad que se tenían la hacía sentirse excluida y celosa, vacía, humillada y triste. Porque aquel exasperante hombre, parecía guardar siempre secretos, cartas bajo la manga ocultas a sus ojos.
Con él, ella nunca sabía a qué atenerse. Como cuando le reveló la identidad de su primer amor y él se la quedaba mirando de brazos cruzados como si nada. Con aquella maldita expresión impasible en el rostro. Como una estatua de mármol, apoyado en la pared de la sala comedor del apartamento que compartían.
¿A qué venía ahora aquel teatrillo barato con lo de su hijo? ¿Acaso él le había contado toda la verdad de la niña de la foto y aquella joven enfermera?
Pero tras el enfado inicial, se recriminó no haberle dicho lo de su hijo a la primera oportunidad. De haberlo hecho le habría ahorrado el disgusto de saberlo por boca de otro: por boca de Stephan.
"¡Stephan!"
Pero ¿Cómo, cómo decírselo cuando lo único que se había impuesto era su necesidad de saciarse de él? ¿Cómo podía, cuando perdía todo el maldito control cuando lo tenía cerca? Y aunque ella fuera impulsiva y cabezota, creía haber aprendido y madurado. Pero no lo había hecho. Estaba claro que no: se había comportado como una niña y se sentía estúpida.
Pensó en la penosa carta que había escrito para él, donde le contaba todo lo relativo a su embarazo y que había guardado entre las páginas de aquel libro de la biblioteca de su abuelo. Pensó en la traición de Stephan y lo miró con profundo disgusto mientras el doctor lo atendía. Tenía el uniforme manchado de sangre y el boyardo se retorcía de dolor mientras el hombre le revisaba los apósitos que ella le había improvisado en la nariz para detener la hemorragia.
—Tu amigo me las va a pagar...—Gruñía Stephan mientras el médico le revisaba la lesión con ojo crítico.
El doctor, un hombre regordete de mediana edad, anteojos y con una calvicie avanzada había disfrutado del espectáculo desde una distancia prudencial, alentado por los chillidos de su esposa quien tenía la intención de endosarle una pieza de baile a alguno de los dos guapos contrincantes. Su hija aunque no había sido presentada en sociedad aguardaba expectante poder encontrar marido en aquel baile. Estaba en edad casadera y era una jovencita agradable, de anchas caderas que miraba con arrobo la pelea de los dos impetuosos jóvenes.
Viendo el estado en que había quedado la nariz del boyardo, el Doctor Rutherford estaba más que decidido a apostar por el señor Ardlay como futuro yerno, de poder elegir para su Elodie.
—Muchacho, ha recibido usted un buen golpe. Yo que usted, intentaría no cometer ningún exceso más por esta noche.—Le había recomendado mientras observaba con mirada lasciva el atuendo de Candy.—Aunque entiendo la pasión que mueve a la juventud...
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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
FanfictionLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...