Capítulo 102: Redescubrimiento en Dunnottar Park III

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—Sí, lo sé

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—Sí, lo sé...— Murmuró escondiendo la cara en su  fuerte pecho, sintiendo que le dolía el corazón.

—Mírame, Candy.— Le pidió él con la voz rota por la emoción contenida.— Y dime ¿por qué no me dijiste que esperabas un hijo mío?

Ella empezó a llorar, ocultando la  cara entre las manos. El tomó sus manos entre las suyas y la miró ternura. 

—No, por favor...no llores. Me partes el corazón.—Le pidió con la voz rota.—Tú solo dímelo ¿por qué? Habría pagado un maldito acorazado y cruzado el mar solo para estar contigo. Y tuvo que ser ese maldito boyardo el que estuviera en mi lugar dándote consuelo.— Añadió mientras su voz adquiría un matiz diferente. 

Se sentía furioso y ella se apartó de él, notando su rabia. No obstante, levantó la mirada dispuesta a enfrentarlo, dispuesta a hacerse entender. 

—Albert, yo lo hice solo para protegerte. Sabía que de saberlo harías lo imposible por estar conmigo y  no quería que hicieras una locura. ¡Estábamos en guerra, Albert! Conociéndote, valiente como eres habrías cruzado el océano plagado de peligros solo por venir a mi lado para protegerme y  cuidar de mí.  

—Pero...

—No, Albert. Déjame terminar. No podía permitir que arriesgaras la vida solo para estar conmigo. Además, estaba ese asunto con Mc Bride: el hombre que estuvo a punto de secuestrarme, el juicio y ...

Candy sintió que no podía seguir. Era demasiado doloroso.

— Lo sé...—Dijo él apartándole con ternura los cabellos de la cara.

Y de pronto, lo miró a los ojos y su mirada ahora era severa, dura, nada quedaba de la joven ardiente y dispuesta que lo había recibido con tanta pasión hacía a penas unos instantes. 

—Pero tampoco perdiste el tiempo...—Le reprochó mientras sentía  que su cuerpo perdía el calor. 

Albert se removió incómodo.

—¿A qué te refieres, pequeña?—Inquirió con la alarma escrita en sus ojos celestes.

Ella apretó los puños y se encaró a él enfurruñada.

—¡No me llames pequeña! Me refiero a Vanessa Higgins: claramente está embarazada de tí.—Le recriminó  mirándolo a la cara, con la intención de que se lo confirmara.

Pero él levanto las cejas. Era lo más ridículo, encantador y a la vez disparatado que había oído de su boca.

Albert empezó a reírse con ganas. 

—Oh...¿Eso? ¿Cómo pudiste creer algo semejante? Ese niño no es mío, por supuesto.— Dijo intentando que la risa lo dejara terminar la frase.

¿Cómo podía haber llegado a imaginarse tal disparate? Sus celos eran encantadores, pero infundados.

—No era tan descabellado.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora