La tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...
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Candy no podía respirar. De camino al tocador, se los encontró. Y parecía una pesadilla.
Albert estaba justo allí, hablando con una bellísima pelirroja embarazada...¡Embarazada! estaba segura. Si mal no recordaba, se trataba de aquella amiga de la que tanto le había hablado en más de una ocasión.
¡Vanessa Higgins! Sí, ese era su nombre. Ella era quien le había ayudado a dar con sus padres biológicos. Sin embargo, ¿no estaba prometida a Georges?
Y si era cierto, entonces ¿Dónde estaba su secretario, su caballero de la blanca armadura que la había salvado de tantos peligros? Candy no lo veía por ninguna parte.
Sentía cada vez más aprensión...estaba cada vez más molesta y para más inri estaban los dos hablando, cuchicheando, intercambiando confidencias. Parecían relajados, cómplices, pendientes el uno del otro, como una maldita pareja más.
Y el vestido de ella ¡Dios, qué hermoso! ...sin duda, era una joya de la alta costura. Un regalo más que propio de un Ardlay para con alguien que apreciaba, alguien que le importaba.
Candy empezó a sentirse mareada, cuando llegó a una oscura conclusión.
¡Era otra mentira más!
Y Vanessa estaba embarazada ¡Embarazada..!
Sentía ganas de vomitar.
No podía soportarlo, era tan doloroso que no podía seguir allí. Candy se llevó la mano a la boca incapaz de soportar las náuseas.
Rápidamente fue hasta el tocador de señoras, como había sido su intención tras dejar a Stephan y se sentó en uno de los lujosos sillones tapizados en terciopelo rojo que allí había dispuestos para las damas.
Se miró al enorme espejo de marco dorado en pan de oro y sintió ganas de morirse.
"¡Maldito...maldito seas William! Has venido a Londres y ni si quiera te has dignado a visitarme. Ni si quiera me has enviado una nota de aviso y te presentas con tu amante embarazada al baile del año ¿Es que ya no te queda vergüenza?...", pensó furiosa mientras apretaba los puños y los sollozos la abrumaban.
"¿Por qué...por qué no me has avisado antes? ¿Es que ya no te importa nada de lo que hemos compartido? La culpa es mía, por haberte escrito esa horrible carta, debería haberme callado y haberte esperado como me dijiste...", se reprochó llorando.
Porque aquella mujer pelirroja era hermosa, muy hermosa y vestía un caro traje de alta costura color verde esmeralda que le sentaba de maravilla. Y aunque había que fijarse bien para saber que estaba embarazada, los ojos de Candy eran expertos y estaba segura de lo que había visto. Estaba más que acostumbrada a verlo en su trabajo.
Además, su cutis lucía como la porcelana, el cabello, los ojos. Todo en ella parecía brillar. Y su maldita cara, estaba feliz, relajada y por cómo lo miraba, estaba claro que lo quería y mucho.