Capítulo 44: Entre las brumas de la confusión

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Cuando Albert abrió los ojos se levantó enseguida aunque le dolía mucho la cabeza

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Cuando Albert abrió los ojos se levantó enseguida aunque le dolía mucho la cabeza. Las cortinas de la habitación estaban echadas y se sintió incómodo al no reconocer nada de su entorno. Tampoco sabía quién era, ni qué circunstancias lo habían llevado allí. Alguien había lavado su ropa y la había dispuesto en un galán de noche delante de la robusta cama caoba en la que descansaba.

Se vistió con cuidado, observando con atención la venda que cubría su cabeza y los moratones repartidos por su cara y su torso en el espejo del tocador. Le dolía todo el cuerpo.

La habitación era amplia, acogedora, decorada con esmero. Había una alfombra de piel de vaca en el suelo, las paredes estaban decoradas con cuadros enmarcados en pan de oro y tenía una espléndida araña de cristal en el techo, probablemente importada de Europa. El resto de los muebles eran de exquisita factura, importados seguramente como el resto de los elementos decorativos de la habitación.

No era difícil llegar a la conclusión de que le habían dado una buena paliza y dedujo que quizá la mujer rubia que había visto hacía unos momentos, tenía las respuestas que tanto necesitaba. Le produjo una extraña sensación de reconocimiento, era evidente por cómo le miraba que lo conocía y se sintió tranquilo al comprender que estaba en un lugar que aprendería a reconocer con el tiempo, aunque su memoria ahora se negara a ayudarlo.

Albert dedujo que sin duda aquella era una de las estancias principales de la casa, una casa desconocida.

Escuchaba las voces de los empleados de la hacienda en la que se encontraba y abrió la ventana para ver desde el segundo piso, el porche donde descansaban la dama rubia y a juzgar por su parecido, su hija pequeña.

-¡Papi...papi...!- Exclamó la niña agitando la mano con energía en cuanto lo vio.

Él la saludó por inercia y le sonrió desde la ventana mientras esquivaba la mirada penetrante de la hermosa mujer que la acompañaba.

¿Quién era ella? ¿Acaso era su esposa? Albert se llevó la mano a la cabeza sintiendo un dolor creciente. La idea de no recordar nada, era angustiosa, desagradable. Pero necesitaba tiempo para habituarse a aquella nueva realidad.

Volvió a cerrar la ventana y decidió salir de allí, necesitaba saber más cosas de aquel lugar.

Abrió la puerta de la habitación y se encontró con unos hermosos ojos grises.

-Por favor, discúlpeme...-Dijo una mujer de unos cuarenta años, hermosa aún, apartándose para dejarlo pasar y mirándolo con preocupación y auténtica simpatía. -¿Cómo se encuentra, señor Ardlay? Debería recostarse de nuevo. La señora ha dicho que debe guardar reposo un par de días más.-Añadió antes de que el abandonara la habitación.

Él se paró de golpe.

-¿Ardlay ha dicho? ¿Así me llamo?

La mujer asintió con energía.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora