Capítulo 33: Un picnic en la marisma

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"Tengo además, una proposición que hacerte

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"Tengo además, una proposición que hacerte...", esa frase se había convertido en una dulce obsesión. Anhelaba el momento en que él le revelara la naturaleza de tal propuesta. Candy dobló la carta que había releído innumerables veces desde que la había recibido  y sintió que el corazón le dolía. Ella tampoco quería estar lejos de él nunca más. 

Tras la pérdida de su hijo se sentía incapaz de salir de la cama. Era como si la vida empezase a carecer de sentido, sentía la oscuridad cernirse sobre ella. Si la vida era aquello, no quería vivir...

"¡Albert! ¿Por qué no estás aquí conmigo?...", se lamentaba muchas veces por las noches.

Quería ir a la estación de correos y  enviarle un telegrama sin embargo, aquello no iba a servirle de nada. No sólo los separaba la Guerra, también estaba aquel enemigo del que Albert la quería proteger. Candy no quería compartir aquel  horrible sufrimiento con él, aquella pena;  aunque se lo hubiese prometido en Chicago tras la separación de Terry. Era doloroso escribir sobre algo para lo que no encontraba palabras y Candy no podía ni si quiera mencionar el tema sin sentir que se moría por dentro. 

La actitud alegre y despreocupada de la Candy de antes, nada tenía que ver con la de ahora. Había perdido peso y los días pasaban lánguidamente. Mientras intentaba recuperarse de las secuelas del aborto.

 Su madre la cuidaba con amor y su tía intentaba animarla con conversaciones divertidas sobre los muchos chismes que circulaban por la casa de su abuelo en Archer Hall donde habían levantado un hospital de campaña. Candy hacía algún tiempo que no iba por mansión Archer. Después del accidente había decidido quedarse en casa de su madre y la condesa Poppy se deshacía en atenciones para con la muchacha. También se habían relajado las tensiones entre Clarice y la condesa. Hasta Ben se había quedado perplejo por este cambio de actitud pero le hacía feliz y no paraba de colmar a su sobrina con regalos que sus muchos contactos le conseguían gracias al comercio de estraperlo. Sin embargo, lo que lo hacía más feliz eran las frecuentes visitas de Ariadna Archer a su sobrina.

—Creo querida,  que el amor se puede respirar en el hospital de Archer Hall. —Dijo Ariadna con los ojos soñadores intentando animar a su sobrina.—¿Te cuento uno de los chismes más jugosos?

Aquella revelación despertó el interés de la joven.

—Cuéntame...

 —¿Y  si te digo que una de las enfermeras me ha dicho que el soldado Philips le ha pedido que se case con él? 

—¡No me digas! ¿Philips el que ha perdido la pierna?

Ariadna asintió.

 —¿No es romántico?

—Ay...sí, lo es. Pobrecillo. Es joven muy agradable.

—Y apuesto...—rio Ariadna.— Ella es una chica con suerte.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora