Capítulo 20: Como en un sueño

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Albert se volteó  con los ojos cerrados en su cama por la mañana, alargando el brazo, buscándola a tientas, sin encontrarla

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Albert se volteó con los ojos cerrados en su cama por la mañana, alargando el brazo, buscándola a tientas, sin encontrarla. Se despertó con la extraña sensación de haber tenido un sueño, un perturbador sueño donde ella lo hacía sentir el éxtasis más absoluto entre sus brazos blancos y suaves.

Pensativo, se levantó y se miró al espejo del pequeño tocador de caoba. Tenía los ojos brillantes y el rostro relajado, aunque la barba de dos días ya empezaba a notársele, dándole a su cara un aspecto más varonil y rudo del que solía tener de costumbre. Abrió la ventana y escuchó a los pájaros cantar en el manzano recién florecido del jardín.

Aspiró el aire perfumado y fresco de la primavera; sintiéndose pletórico, feliz. La vida era maravillosa llena de colores aún más vívidos y hermosos que antes.

"¿Habrá sido todo un sueño? Candy... anoche me hiciste enloquecer" suspiró mientras observaba con atención la puerta de la habitación que comunicaba con la suya y que permanecía cerrada.

Precavido, había dispuesto antes de dormir en un elegante perchero, la ropa informal que tenía previsto ponerse aquel día, tras vaciar su maleta de viaje. Ensimismado, empezó a tararear una antigua cancioncilla escocesa sintiendo que la energía, el optimismo, la fuerza volvían a su cuerpo, a su mente. La vida era maravillosa, sobre todo porque ella estaba con él y le correspondía ardientemente. Se había hecho a la idea de su temperamento impetuoso, pero no hasta el punto de haberle hecho perder la cabeza por completo.

"Ah...qué Candy. Nada parece detenerla" sin embargo, le gustaba. Es más, le entusiasmaba ese talante aventurero y apasionado que veía en ella. Había tanto de él en ella que sentía que era su alma gemela. Y cada vez estaba más seguro de que ella tenía razón al hablarle de aquel misterioso hilo rojo que los mantenía conectados.

Se vistió con su habitual jersey negro, el pañuelo blanco al cuello, la gastada sahariana y sus jeans. Así se sentía más cómodo ya que quería conducir hasta Dunnottar Park y después necesitaba tener una conversación con ella.

Tenía previsto pasar un rato con ella relajados en la cabaña de su padre mientras terminaba de convencerla, si aquello era posible, de que lo mejor que podía hacer era quedarse en Escocia mientras él iba a Sâo Paulo a ocuparse del asunto del incendio. Se tocó el bolsillo interior donde mantenía dos cosas importantes a buen recaudo: el broche que había perdido de niño y el documento sobre Marnie Williamson. Estaba impaciente por hablar con ella.

Abrió la puerta y ambos coincidieron en el pasillo. Allí estaba, encantadora, salvaje como una ninfa del bosque.

Albert se ruborizó cuando la vio aparecer vestida con un uno de los trajes que había elegido Vanessa para ella mientras estaba enferma en Dunnottar Park. Le sentaba bien el color verde jade y también tenía las mejillas arreboladas.

—Buenos días, brujita...— Le dijo con una sonrisa cautivadora en los labios.

Ella pestañeó, sus enormes y verdes ojos se dilataron cuando lo vieron aparecer.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora