Candy se sentía como una princesa. El vestido era sexy, arrebatador y muy atrevido. Ella se sentía libre de mostrarse al mundo como ella misma. Incluso su madre tenía que reconocer que le sentaba muy bien. El collar largo de brillantes había sido un regalo de su padre Scott. Pensaba que era juvenil, encantador y nunca habría sospechado que su hija encontraría el atuendo perfecto para lucirlo.
— Querida, mucho me temo que ese amigo tuyo se va a quedar sin aliento en cuanto te vea. Te has convertido en una mujer muy hermosa y no solo en apariencia, sino también de alma...— Le dijo mientras la ayudaba a peinarse. Candy le había pedido a su madre aquel favor.
Su tía Leticia se había decidido por un modelo más discreto aunque no menos favorecedor. Era de líneas rectas y de un color burdeos que favorecía su cabello castaño claro. La doncella había calentado las tenacillas en el fuego de la cocina y había logrado peinarla a la moda. Leticia se resistía a cortarse su larga melena y miraba con aprensión los nuevos peinados que empezaban a estilarse en aquellos días.
—No acaban de convencerme. Me parecen demasiado masculinos...—Había dicho mientras hojeaba una revista de moda.
Todo el mundo estaba nervioso. Scott no estaba presente, ocupado con sus asuntos de familia y Clarice se sentía apenada por los problemas con su familia política. Pensó en su futuro posible yerno: William Albert Ardlay.
Candy ya apenas hablaba de él. Desde la pérdida de su hijo, ella se había vuelto cada vez más hermética y sombría. Por suerte, la idea del baile había conseguido animarla y también se lo debía a la presencia de cierto joven Artamonov empeñado en sacarle una sonrisa. Y Clarice se alegró de que hubiera encontrado consuelo en aquel joven tan guapo y atento.
Aunque ella estaba agradecida a William por todo lo que había hecho por su familia, empezaba a sentir cierta predilección por Stephan, el hijo de su buena amiga Ada Artamonovna. Aunque por otra parte le preocupaba Scott y también le preocupaba la marcha de su negocio en Chicago. Le habían llegado algunos reportes de uno de los hombres de confianza de William A. Ardlay y algunas breves notas manuscritas de su puño y letra que hablaban de la buena salud de las cuentas. Le estaban reportando beneficios y era algo que la llenaba de orgullo.
Tarde o temprano tenía que tomar una decisión al respecto. Debía regresar a su antigua vida ahora que Oberon Mc Bride había muerto, porque él parecía haber sido el principal instigador de toda aquella locura contra su hija.
O eso era lo que ella pensaba.
Por lo que tenía entendido, gran parte del entramado criminal había caído junto a él. No le parecía que el hijo fuera tan peligroso como el padre y nada se sabía del paradero de este último, según había podido leer en un artículo antes de viajar a Londres.
Los Artamonov se habían marchado antes. Tenían la intención de visitar a Irina y quedarse un tiempo con ella y con Gilbert ya que la casa en la que residían era lo bastante amplia para acogerlos a todos. Su hijo no había puesto ninguna objeción al respecto, máxime a cuando ya había firmado una tregua con Stephan. De lo cual Clarice, se alegraba y mucho. Para nadie había sido fácil de asimilar lo que había ocurrido entre Gilbert e Irina. Aquella repentina decisión de escapar juntos los había dejado a todos desolados, tristes y preocupados al principio.
ESTÁS LEYENDO
Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
Fiksi PenggemarLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...