Capítulo 38: Conspiración en la mansión Mc Bride

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Chicago, 1919

—Arthur, ya te he dicho que mi tío se ha embarcado rumbo a Brasil. No sé qué más quieres de mí...

—Pequeña, ya sabes que lo quiero todo. —Susurró él entornando los ojos tras beber de una generosa copa de brandy al sol del jardín del porche. 

Eliza lo observó con atención. No la engañaba su pose relajada y el tono amable de su voz. 

—Mi tía ya no confía tanto en mí como antes. Después de lo sucedido con esa Candy, piensa mortificarme lo que me queda de vida. — Murmuró Eliza con despecho mientras se servía una taza de té. 

—Mmmm... tu  tío debe pagar el daño que te ha hecho ¿no es eso lo que deseas?

Ella lo miró a los ojos. 

—Sí, por eso en parte  he accedido a ayudarte. No olvides que también tengo interés en deshacerme de ella. Todo lo malo que me ha pasado en la vida ha sido por su culpa...—Afirmó quejicosa mientras dejaba la taza de porcelana china encima del plato. 

Arthur suspiró y observó a la hija de ambos mientras jugaba en el jardín.

—No, no lo he olvidado. Esa muchacha también me ha causado problemas. No te preocupes por eso ahora querida, solo te pido paciencia. 

Eliza hizo un mohín mientras bebía  esta vez con exagerada parsimonia el té indio que había saboreado hacía un rato: le gustaba su sabor. Tenía que admitir que su antiguo prometido tenía buen gusto. La casa en la que se  había instalado con Charity estaba amueblada con muebles caros y exóticos, fruto de sus numerosos viajes y negocios de dudosa reputación. Era rico y poderoso, como William. Reconoció en él a su némesis y se preguntó cual de los dos resultaría vencedor de la guerra que se avecinaba entre ambas familias. 

Ella tenía claro de qué lado se posicionaba. Odiaba a William Albert Ardlay por supuesto,  casi tanto como a Candice. 

Por culpa de ambos ahora su vida era una pantomima, un infierno. 

Los Ardlay la seguían manteniendo  al margen de los asuntos sociales de la familia y lo que más le dolía era que ni ella ni su hermano habían sido invitados a la fiesta de inicio de temporada que se celebraba todos los años en Escocia.

Se temían que tampoco los iban a invitar al resto de los eventos de relevancia social y por tanto, a los Lagan se les iban a cerrar las puertas de la buena sociedad en la misma cara. Era el principio del fin y no estaba dispuesta a dejar que aquello sucediera. 

Esa situación la enervaba y la hacía enfurecer. 

Tampoco olvidaba el desprecio en los ojos de William tras  haberle ofrecido su cuerpo con total generosidad y entrega. Eliza quería quitar de su mente la imagen de aquella humillación. Quería hacerle pagar al patriarca el haberla rechazado de aquella manera. Por eso se las había ingeniado para acercarse al mismísimo diablo. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora