Capítulo 9: Dominic Le Franc

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Chenonceaux, castillo de Chenonceau

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Chenonceaux, castillo de Chenonceau. Francia, 1916

Dominic Le Franc, subteniente de la división de la aviación francesa se recuperaba de sus graves heridas en combate con lentitud. La niebla de su mente se había ido aclarando con el tiempo. Hacía ya un año  desde que le habían enviado a aquel hospital con pocas esperanzas de que recuperara la salud. Rolf Baughman, su jefe de escuadrón,  había usado sus influencias para conseguirle una plaza. Sin familia, ni hogar al que regresar, Dominic pasaba sus días sumido en tristes pensamientos y recuerdos que hablaban de pérdida y dolor. 

Su novia Camille, de la que aún conservaba una foto como si se tratase de un tesoro, se había refugiado con su familia en una zona apartada de la campiña francesa. Ya no venía a verlo con la frecuencia de antes porque no era seguro; nada lo estaba. Aunque aún  le escribía con la frecuencia que sus escasos recursos le permitían. El país entero estaba sujeto a restricciones y pasaba por momentos críticos. La población civil sufría... y Dominic se sentía impotente. Pensó en Stair y recordó que Rolf le había escrito diciendo que ya se encontraba en Estados Unidos  con su familia. El resto de sus compañeros de escuadrón lamentablemente, estaban todos muertos.

Había solicitado su reincorporación al ejército, pero le declararon incapaz. Le enviaron una medalla reservada a los veteranos de guerra y el joven  se hundió aún más en sus cavilaciones. ¿Qué iba a hacer con su vida? ¿Cómo iba a proteger a Camille y a su familia si no podía hacerse cargo de sí mismo? Era mejor que Camille siguiera con su vida, no podía permitir que la uniese a un ser roto como él. Ella no se lo merecía. No sabía cómo gestionar aquello. Le rompía el corazón, pero era lo más justo para ella. Lo peor había sido expresar sus sentimientos por carta, una carta que había escrito hacía semanas y que había enviado suplicando su perdón.

" Mon amour...si supieras lo que me cuesta hacer esto. Pero debo pensar en ti, no puedo permitir que arruines tu vida"  pensó con las  lágrimas asomando en sus ojos grises.

La respuesta de Camille no se hizo esperar. Ella pensaba lo mismo, era mejor no continuar con su relación. Nunca lo iba a olvidar...pero no podían continuar con algo que irremediablemente estaba condenado. La guerra se interponía, el destino los separaba. Ella estaba demasiado agotada de luchar por sobrevivir  junto a su familia; si Domi decidía que era una carga ella no iba a perder energía en demostrarle lo contrario. 

"Quizá algún día nos encontremos, chérie. Hasta entonces quiero que sepas que no te olvidaré jamás...", le había escrito en uno de los últimos párrafos de aquella carta amarga.

Las lágrimas del joven destiñeron la tinta de las letras de Camille al caer sobre el papel. Era lo mejor que podían hacer, no quería arrastrarla también a ella en su sufrimiento. No se lo merecía. Sólo tenía algunos retazos de su vida a los que aferrarse antes de que la oscuridad lo invadiera todo. Y ella, con su dulce sonrisa era de lo poco que conservaría junto con el recuerdo de sus padres y hermanos.

Los partidos de fútbol con otros compañeros heridos le ayudaban a no  pensar y a animarse. Se divertía viéndolos desde su silla de ruedas, sobre todo cuando a ellos se le unían los niños que salían a jugar por las tardes. Era como si pese a todo, el espíritu lúdico y luminoso de los más pequeños se impusiera a la oscuridad que parecía haberlo invadido todo.

Tras aquel partido memorable decidió escribir a Stair, su viejo compañero de armas de quien Rolf le había dado su dirección. Quería saber qué había sido de su vida, recordaba su pericia como piloto y también recordaba los buenos momentos pasados en los barracones mientras le utilizaba como sujeto de prueba de sus estrambóticos inventos. 

Era tan divertido...

Dominic Le Franc recobró la sonrisa y tomó la pluma. En la sala donde comían los oficiales, había murmullos que comentaban las últimas noticias, partidas de bridge que muchas veces terminaban en discusiones sobre política y que  muchas veces eran zanjadas en un improvisado partido de fútbol donde los más jóvenes se divertían y desfogaban su ímpetu; su frustración. 

Era curiosa la naturaleza humana. Dominic había sido testigo de no pocos romances ocurridos entre enfermeras y oficiales. Muchas veces vedados, prohibidos por la diferencia de clases, imposibles y condenados al fracaso. Pero eran humanos al fin y al cabo. Cuando se combinaban el sufrimiento y  la soledad, la desesperación por encontrar el consuelo de otro, la empatía, la ternura, la comprensión eran poderosas fuerzas que se combinaban todas juntas en aquel espacio donde hombres y mujeres interactuaban, se relacionaban.

Y muchas de aquellas almas estaban rotas. 

Domi no conocía a nadie que disfrutara matando a otros seres humanos, salvo los sádicos y los psicópatas, que podrían ser condecorados por su temeridad, sus pocos escrúpulos  y su fiereza en el campo de batalla. Pero cuando  su verdadera naturaleza era revelada en los actos cotidianos, el joven no creía que aquel tipo de personas tuvieran un espacio en la sociedad normal.

 Y era  ahora, en la  guerra, donde se daban múltiples situaciones en las que salía a relucir lo mejor y lo peor de las personas. 

 Muchas veces se sentía engañado, decepcionado, con aquellos gobernantes que habían decidido el destino de otros por ellos. Veía en la guerra un sinsentido donde los jóvenes eran enviados a morir, mientras los viejos gobernantes movían los ejércitos como si fueran piezas de ajedrez sobre un mapa. Eran tratados como recursos, como objetos...las fronteras se movían mientras los ejércitos avanzaban tomando, destruyendo, matando en nombre de otros. ¿Es que el hombre nunca iba a tener bastante? ¿Por qué esa necesidad de abarcar nuevos territorios? ¿Por qué esa necesidad de someter y conquistar? 

Su vida estaba destruida. No le quedaba nada. Su corazón estaba vacío. No podía permitirse ningún sentimiento. Pero bien cierto era que el destino a veces era caprichoso y aunque se había convencido de haber cerrado su corazón herido a cal y a canto, no pudo evitar que aquella mujer le conmoviese tanto como su Camille. Aunque de una manera mucho más intensa y extraña. 

Dominic Le Franc, último superviviente de los Le Franc cuyo castillo había sido destruido en el frente de Champagne y último  heredero del título de conde de Fontainebleau se fijó en aquella enfermera norteamericana que hablaba perfecto francés y empezó a sentirse atraído por ella, sin poder evitarlo. No sabría decirlo, pero su sola  presencia hacía que se sintiera mejor. En ese sentido, encontraba a aquella muchacha irresistible. Su risa, su sentido del humor hacía que su estancia en aquel hospital fuera menos sombría.

No quería iniciar ningún tipo de relación con nadie, no sólo estaba mal visto sino que tampoco quería fatigar más a su dolorido corazón, destrozado tras la ruptura con su novia. Sin embargo, no podía apartar sus ojos de ella. También era bajita, como su Camille y transmitía mucha energía. Cuando libraba, por lo general un día por semana, se notaba su ausencia. Por lo que sabía había trabajado de enfermera voluntaria en África desde donde había sido trasladada hacía tiempo  y tenía mucha experiencia tratando raras enfermedades de las que sólo sabía de oídas. Las demás enfermeras hablaban de ella con admiración y respeto. 

Los médicos jóvenes pedían su opinión y nunca olvidaba el nombre de un paciente. Era fascinante y Domi empezó a discurrir la manera de entablar una conversación con ella. 

 

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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora