Capítulo 50: Una despedida con té y pastas

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—Gracias por recibirme, Susanna.— Le dijo Irina mientras se sentaba en el sofá de la sala de estar. 

Terence levantó la mirada del libro que estaba leyendo y la saludó levantando levemente las cejas, concentrado en desentrañar los secretos del último guion que le habían entregado. No estaba mal escrito y Susanna le había dicho que conocía bien al guionista. La adaptación a la novela de Dickens no podía ser del todo mala, aunque no le gustaba trabajar con gente desconocida en el mundillo. 

El apartamento era lujoso, amplio, ubicado en una de las zonas más exclusivas de Londres. Terence empezaba a hacerse realmente famoso y ella se alegraba por la pareja. Observó con placer que ella a penas utilizaba las muletas, la pierna ortopédica que le había diseñado su marido se adaptaba perfectamente a su cuerpo.

Terry estaba cada vez más guapo. 

Ya tenía veintidós esplendorosos años y su cuerpo había ganado en definición y musculatura. Los maravillosos ojos zafiro oscuro volvieron a la lectura del manuscrito y ella sintió un estremecimiento al recordar que había venido a despedirse. No iba a volver a trabajar para ellos, su vida estaba con su marido y su hijo y no estaba dispuesta a dejarse seducir por una voz poderosa y un físico atractivo. Aunque la hiciera estremecer, aunque la pasión de aquellos ojos la quemara por dentro. 

Él sabía muy bien cómo seducir a las mujeres y ella se sentía ridícula por haber caído bajo su encanto. Para aquel joven actor, la vida era una obra de teatro y él era capaz de interpretar casi cualquier personaje. Como ahora ¿acaso no era consciente del poder que tenía su sonrisa sobre ella? 

Irina estaba segura de que lo sabía. Hacía tiempo que había abandonado la esperanza de que él sintiera algo también. Ella tenía ya casi diecisiete y sus hormonas estaban gritándole su nombre: "Terry...Terry..." 

Pero él solo amaba el teatro. Él había nacido para brillar en los escenarios, para encarnar papeles de héroes y villanos que hicieran a su público vibrar de emoción. 

Irina, era madura  para su edad y se dio cuenta de que ahora ella era una de tantas fanáticas enamoradas de la figura que él representaba. No estaba enamorada  de la persona real que estaba allí, sentada, enfrascada en sus asuntos, como si ellas dos no existieran. 

—Terry, saluda a Irina...—Le pidió Susanna algo incómoda por su actitud indolente.

Él marcó la página que estaba leyendo y levantó una ceja burlona tras observar al pequeño Leonid con ojo crítico y constatar que era igual que su tío Stephan a quien tenía la desgracia de conocer.  

—Hola ...y  ese bebé supongo que es tu pequeño monstruito...

Susanna se escandalizó por su descaro.

—¡Terry...!—Le recriminó  su compañera.—Discúlpalo. No sabe ser de otra manera...—Añadió mientras observaba con recelo su sonrisa.

Terence no contestó se sirvió una copa y ordenó  al servicio que preparara té para la visita. En aquellos momentos, no tenía demasiadas ganas de ver a nadie. El pequeño Richard crecía cada vez más rápido y sus demandas eran cada vez mayores. Presentía que la niñera  los iba a abandonar y aquello no le hacía demasiada gracia. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora