Capítulo 3: Priscilla Quinn

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Florida Central, 1870

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Florida Central, 1870. Mansión Ardlay Park

En la magnífica mansión Ardlay de Jacksonville, se celebraba un baile de inicio de temporada que había reunido a la flor y la nata de la alta sociedad de Florida. Los crudos tiempos de la Guerra Civil eran tan sólo un recuerdo funesto de lo que no debía repetirse. La primavera de 1865 había quedado atrás tras la rendición del ejercito confederado, la destrucción del Sur y la abolición de la esclavitud. Había comenzado un lento y progresivo proceso de reconstrucción, de reunificación y de reconciliación entre dos mitades con estilos de vida opuestos. 

William Clyde Ardlay, de veintinueve años era uno de los solteros más codiciados de la alta sociedad. Todo el mundo sabía que después de la Guerra Civil, su familia se las había arreglado para hacerse aún  más rica de lo que ya era de por sí antes de que estallara el conflicto fratricida  que habría de dividir al país en dos. Los rumores hablaban de que sus miembros descendían de rebeldes jacobitas  con sangre noble en las venas. Y si había algo de lo que les gustaba presumir era de la maestría con la que los  jóvenes varones tocaban la  cornamusa en sus fiestas. 

Prohibido en el Reino Unido tras la rebelión escocesa de 1746,  los miembros del clan Ardlay lucían con orgullo el tartán de su familia en las fiestas  que daban por todo lo alto para celebrar su victoria frente a las adversidades, consolidar alianzas y alardear de un estilo de vida opulento al alcance de tan sólo unos pocos. Todo el mundo que quería ser alguien ansiaba colarse en aquellas fiestas. Los Ardlay estaban acumulando riqueza y poder...no era algo que pasara desapercibido para amigos y enemigos. 

En aquellos eventos se  forjaban alianzas y  pactos pero también intrigas y enemigos peligrosos, tras los oropeles de los eventos, la superficialidad y la fría cortesía. 

Priscilla Quinn, una beldad de origen irlandés, divertida, vivaracha y con fuerte acento sureño era un sueño inalcanzable para la mayoría de los hombres. Desde que su familia cayera en desgracia hacía tiempo que no se dejaba ver por este tipo de eventos, no desde que fuera presentada en sociedad y desde que se viera despojada de su fortuna y toda su familia muriera. 

 Pero ella  se sentía afortunada de conservar su belleza, su juventud y su virtud. Aunque ya tenía pocas esperanzas de poder mantenerse a si misma y a los que dependían de ella.  Estaba a punto de perder la esperanza. Por eso había decidido jugársela a todo o nada en aquella ocasión.

 Había podido colarse en aquella fiesta gracias a que tenía algunos conocidos entre el servicio y viendo la ocasión había decidido poner en marcha su plan. 

Se sabía atractiva y no lo disimulaba. Se había esmerado especialmente aquella tarde en arreglar  su aspecto para la ocasión. Sus dorados rizos  caían en una salvaje cascada por su espalda, gracias a las manos hábiles de Minie, su antigua nodriza. 

Priscilla,  de  estrecha cintura, generosas caderas, senos turgentes y  porte erguido y orgulloso atraía de forma automática las  miradas masculinas y el recelo y la envidia de la mayoría de las mujeres casaderas o no.  Dueña de unos espectaculares ojos verdes esmeralda con diminutos destellos ambarinos  habían hecho caer rendido a sus pies a más de un caballero, con sólo un aleteo de sus pestañas. Todavía se acordaba de lo divertido que había sido su primer baile.  Pero aquellos felices tiempos estaban lejos.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora