Capítulo 97: Dunnottar Park II

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Candy llegó a Annandale congestionada y furiosa

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Candy llegó a Annandale congestionada y furiosa. Aún no había podido olvidar lo que había ocurrido en Londres. 

Aunque había disfrutado de sus avenidas, de las compras con su madre y su tía Leticia la pena había anidado en su corazón. Y no conseguía deshacerse de ella. 

Ellas habían decidido ir a despedirse de Gilbert y de Ada. Pero Candy, se sentía indispuesta y les había pedido que se despidieran por ella.  Leticia había desaprobado el comportamiento de su sobrina insinuando que era desconsiderado, pero Clarice que entendía por lo que estaba pasando su hija, no la obligó a acompañarlas.

—  No debes inquietarte, nosotras saludaremos a la princesa, a Irina, a tu hermano y nos despediremos por tí.

Omitió el detalle de saludar a Stephan, porque sabía perfectamente lo que había ocurrido entre los dos. 

Leticia en cambio, estaba pletórica. Anhelaba volver a ver al boyardo de sus sueños y saber de él. Se había quedado preocupada por su lesión y esperaba que evolucionara favorablemente.

Tras un viaje en tren que se le hizo eterno, ser recogidas por el chófer de la familia en la estación y regresar a Annandale  la joven se sintió sobrepasada por las emociones y se encerró en su cuarto, tras subir como una exhalación  las escaleras  que llevaban a su habitación en el segundo piso.

Leticia no entendía el ímpetu de su sobrina y meneaba la cabeza disgustada porque en su opinión, no dominaba sus emociones. Pero Clarice le conminó con la mirada a no decir nada más.

Candy sentía el corazón pesado. El dolor no la dejaba pensar con claridad. Era algo físico que le oprimía el pecho y la hacía querer doblarse sobre si misma y llorar con desesperación.

 En un abrir y cerrar de ojos había perdido a dos personas que la importaban. 

Se sentía destrozada y confundida. 

¿Por qué Stephan se había comportado como un malnacido desconsiderado? No conseguía olvidar las expresiones de ambos: la de Stephan después de haberle dicho  a él de manera brutal lo de su hijo y la tristeza de Albert. 

Sus ojos...aquellos dos hermosos ojos celestes hundidos por la desolación más absoluta.

Porque aquello era lo que  había leído en el rostro de su Príncipe de la colina. Y era una imagen que la había estado acompañando, torturándola inmisericorde durante todo el maldito viaje de vuelta a casa. 

"Stephan ¿Cómo pudiste? ¡Yo confiaba en tí! . Si amarme consistía en eso,  en destrozarme, sin importar nada más que satisfacer tu orgullo... Nunca habría intercambiado una sola palabra contigo..."

Gritó con frustración y rabia.

—¡ AAAAHHH ...! ¡Te quiero lejos de mí, Stephan Leonidovich Artamonov...!

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora