Capítulo 36: Un picnic en la marisma II

268 31 14
                                    

—¡Vamos, Ariadna date prisa! —Exclamó Candy mientras se sentaba en la parte de atrás del flamante coche de su abuelo James

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Vamos, Ariadna date prisa! —Exclamó Candy mientras se sentaba en la parte de atrás del flamante coche de su abuelo James.

Había dejado libre el asiento del copiloto a propósito para que Ariadna se sentara junto a Benjamín que había aceptado entusiasmado a acompañarlas. También venía Gilbert y en el último momento, también se había apuntado la joven Irina Artamonovna. Sus hermanos habían declinado educadamente la invitación, pero dijeron que seguramente irían por la tarde con la condición de que el viejo James les volviera a dejar montar los dos viejos purasangres que aún mantenía en las caballerizas. Eran dos ejemplares espléndidos, aún se mantenían sanos y por suerte, el ejército no había tenido el menor interés en ellos.

Hacía un día despejado, luminoso, fresco y Candy sentía renacer dentro de sí algo parecido a la alegría. Recordaba otros tiempos más felices compartidos con sus viejos amigos: Archie, Stair, Annie y por supuesto Albert...

Oh, Albert  ¿Dónde estaba ahora? Necesitaba saber de él.

La tardanza era una agonía. Lo último que le había escrito era una postal en la que había tratado de volcar en pocas líneas sus sentimientos. Porque él  debía saber que ella tenía una fe inquebrantable en él, en lo que tenían juntos. Ni una Guerra, ni un océano, ni un loco peligroso los iba a separar. Porque ella creía en él...como siempre lo había hecho. La sortija de esmeralda volvía a colgar de la cadena de plata junto con la medalla de la señorita Pony, cerca de su corazón. Y ambos le infundían el valor que necesitaba para sobrellevar la pena de la separación, la pena por la pérdida de su hijo.

Aparcaron el coche y tendieron la enorme manta de cuadros escoceses sobre alta hierba que sujetaba la arena de las dunas. El viento  levantaba la fina arena, los granos de cuarzo pellizcaban la piel, pero nada de eso importaba. El tiempo era esplendido y los jóvenes Irina y Gilbert echaron a correr hasta las olas que besaban la orilla de la playa. El mar de un azul intenso brillaba bajo el sol.

—Bendita juventud...—dijo Ben con un sonoro suspiro.

EL sol le daba en los ojos y Ariadna azorada apartó la mirada con el corazón estremecido. Estaba arrebatador y la joven sentía una deliciosa sensación de mariposas aleteando en la boca del estómago. No podía evitarlo e intentaba por todos los medios que no se le notara.

—Sí, son jóvenes, guapos, con toda la vida por delante. Ay, ellos no saben lo que les espera. —Suspiró Ariadna sonriente mientras sacaban la comida. 

Había fruta, sándwiches, bizcocho, café, vino tinto y leche.

Las sonrisas se hicieron cómplices, no hacían falta las palabras. Se sentían afortunados de poder disfrutar de aquel momento juntos.

Candy pudo apreciar las miradas intensas que se dirigían sus tíos  y se sintió feliz porque veía el amor florecer entre ellos.

Así que decidió provocarles un poco.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora