Capítulo 38: Una sorpresa en New York

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William hacía tiempo que quería volver a comunicarse con Candy quería saber más de su vida en Annandale porque de aquella forma tenía la sensación de que la distancia que los separaba se hacía más corta

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William hacía tiempo que quería volver a comunicarse con Candy quería saber más de su vida en Annandale porque de aquella forma tenía la sensación de que la distancia que los separaba se hacía más corta. Le alegraba ver que se había adaptado y que conservaba aquella energía  suya, su contagiosa vitalidad y fortaleza. Aquello  entre otras cosas, era lo que lo había hecho enamorarse de ella durante su convivencia en el Magnolia. ¿Cómo podría olvidarlo? 

Su ruidosa presencia, su locuacidad y su alegría cada mañana le había hecho darse cuenta de lo mucho que la extrañaba.

Lo peor para él había sido  retirarse  a Lakewood para pensar en la mejor manera de desvelarle su identidad secreta tras haber agotado el tiempo de convivencia con ella por culpa de los rumores malintencionados de las vecinas. Pero no quería alejarse de la vida que llevaban juntos, era la primera vez en su vida que se sentía a gusto conviviendo con alguien que nunca le había pedido nada y había estado cuidando de él sólo para devolverle un poco de la amabilidad con que la había tratado desde que la conocía. Él sólo la había ayudado una vez, en la cascada.

Una sonrisa como la suya le hacía olvidar todas las penas y el brillo de sus magníficos ojos verde esmeralda le estremecía el corazón.

Añoraba a su familia: a su padre, a su madre  y a su sobrino: el único hijo de su hermana.

No sabía por qué misteriosos designios del destino sentía que su alma estaba vinculada a la de Candy. Ella tenía la misteriosa cualidad de darle paz, de llenarlo de alegría . La convivencia en La Magnolia había despertado en él sentimientos que había creído muertos hacía mucho tiempo y su ausencia no había hecho más que empeorar las cosas.

La soledad y las reglas estrictas de su crianza le habían mantenido alejado de todo  lo afectivo, haciendo de su vida una tortura. Se sentía prisionero del apellido Ardlay y su única obsesión desde la repentina muerte de su padre había sido escapar del yugo que se le había impuesto sin haberlo elegido.

Sin embargo con ella podía ser él mismo: simplemente Albert. 

Habría querido confesarle sus  sentimientos si ella lo veía  como el niño que había conocido en su primer encuentro en la Colina.  Pero tras la interrupción de Georges, todo fue volviéndose cada vez más complicado y confuso. 

El  rescate de las garras de Mc Bride y Neal  había precipitado todo al desastre. Nada había salido como planeaba aunque él siempre se había considerado a sí mismo como un buen estratega y esto le hacía sentirse tremendamente frustrado.

Aunque por otra parte,  también se sentía feliz de haber podido devolverle a ella su pasado. 

 La había entregado a sus padres para protegerla y su ausencia ahora le pesaba como una losa en el corazón. Cuando cerraba los ojos el primer pensamiento que le llegaba a la mente era su precioso rostro lleno de pecas y sus inmensos ojos verdes. La forma que tenía de mirarlo lo conmovía,  la naturalidad con la que se desenvolvía sin ser a penas consciente de las sensaciones que le provocaban aquellos trozos de piel que quedaban al descubierto cuando trepaba con él a los árboles lo hacían ruborizarse.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora