Capítulo 26: Sospechas, condenas e ilusiones

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Chicago, oficinas del Banco Ardlay

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Chicago, oficinas del Banco Ardlay. Principios de otoño 1917

-Hace meses que no logro quitármelo de la cabeza. -Le dijo mientras le tendía la carta de Olivia a su secretario.

"Hacer lo correcto..."

Le estaba resultando intolerable enfrentarse a la posibilidad de concederle lo que le exigía aquella mujer. Pero él era un hombre de principios, si aquella niña era efectivamente su hija, Candy nunca le perdonaría que no cumpliera con su deber. ¿Ella lo amaría igual si ponía por delante sus sentimientos sin importarle los sentimientos de Olivia? ¿Le juzgaría por ser egoísta y velar por su felicidad? La revelación a esas terribles preguntas le vino mientras observaba volar los pétalos de las rosas de Anthony en Lakewood, cuando creía que se consumiría de angustia.

De confirmarse que era su hija estaba dispuesto a pagarle la manutención a la niña y velar por su futuro.

Pero casarse con su madre era distinto.

No la amaba.

Para Albert era intolerable la idea de contraer matrimonio en contra de su voluntad y aquel dilema lo torturaba. Siempre había sincero con Candy y en aquel momento, no podía compartir aquella carga con ella. Sería demasiado injusto.

Una hija.

Pero ¿Decía su madre la verdad?

Recordaba perfectamente a aquella joven. El siempre se había fiado de su instinto a la hora de juzgar a las personas y desde el primer momento había estado seguro de que era una persona de fiar. Mientras estuvo en África, nunca le había dado razones para dudar de ella.

O eso pensaba.

Dedujo que ella se había puesto en contacto con él tras descubrir su verdadera identidad en los periódicos. La prensa no había tardado en hacerse eco de la noticia tras su presentación en los círculos empresariales y ahora era un rostro conocido en la alta sociedad y en el mundo de los negocios.

Dominic Le Franc, el joven del que le hablaba en su carta había sido un compañero de armas de su sobrino, por tanto, había algo de verdad en lo que decía.

Estaban en la sala de juntas de su oficina en Chicago. Había dormido mal pero aquel espléndido día de noviembre lo había animado. El color dorado de las hojas de los árboles y la luz oblicua del sol le confería al paisaje una dulce belleza y esto extrañamente, lo reconfortaba.

Su hombre de confianza leyó la carta con su habitual expresión impertérrita. Albert estaba ojeroso, pero mantenía su pulcro aspecto de siempre y Georges, conocedor de sus preocupaciones le sugirió que él mismo se ocuparía de responderla. El asunto era demasiado delicado como para dejar que él se involucrara directamente.

-Podría estar mintiendo, señor William.-Objetó con gravedad mientras le devolvía la manoseada carta que el hombre se volvió a guardar en el interior del bolsillo de su chaqueta.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora