Capítulo3: Un nuevo paciente en la clínica del doctor Martin

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Millie Anderson no había podido olvidar a Gilbert Archer

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Millie Anderson no había podido olvidar a Gilbert Archer. Él le prometió que no la olvidaría pero después de la triste  despedida y  tras un par de cartas espaciadas en el tiempo ya no volvió a saber de él. Guardaba el retrato que él le había dibujado en un baúl a salvo de miradas indiscretas de sus familiares, envuelto en papel encerado con la esperanza de poder enmarcarlo algún día y colgarlo en la pared de la casa que compartiera con él. 

Pero ese sueño  ya no iba a ser posible. Gilbert vivía en Escocia con su recién descubierta familia, seguramente con una nueva mujer,  alguien que lo consolaba  y ocupaba el que iba a ser su lugar.

Y Millie languidecía con el corazón roto, sabiendo que ya nada iba a ser igual porque ¿Cómo iba a poder olvidar a su caballero de ojos dorados? Le gustaba cómo la miraba y lo que la hacía sentir. 

Le gustaba su carácter juguetón, su chulería, su intelectualidad  y socarronería. Y su físico: agradable, atractivo. Nunca nadie le había hecho sentir tan viva y tan  especial. Nunca iba a conocer a nadie que pudiera comparársele.

El trabajo de recepcionista en la clínica del Doctor Martin le reportaba cierta satisfacción. Era un hombrecillo agradable y parlanchín. También algo aficionado a la bebida, pero gracias a la perspicacia de Candy, su antigua enfermera,  parecía que había conseguido moderarse un poco. Actualmente tenía  otra enfermera trabajando con él bastante agradable y  locuaz. Pero el viejo doctor, echaba de menos a su antigua colaboradora y siempre la ponía de ejemplo. Aunque a Barbara no parecía importarle en absoluto.

Los cambios y mejoras implementadas por William Albert Ardlay en la Nueva Clínica Feliz habían hecho del negocio un lugar muy popular. Y el Doctor Martin, no paraba de recibir pacientes. Estaba creciendo y no le había quedado más remedio que contratar más personal y asociarse con un compañero de profesión y excompañero de estudios, al que no le importaba su cuestionable afición a la botella. También había llegado a un acuerdo con la escuela de enfermería de Mary Jane para que le enviara a algunas enfermeras en prácticas lo cual a veces, suponía un refuerzo extra. 

Aquel día, Millie estaba ordenando el archivo cuando un joven paciente se presentó en la consulta quejándose de dolor de cabeza. Él la miró a los ojos y Millie sintió el familiar estremecimiento en la boca del estómago. Hacía mucho tiempo que no sentía nada similar por nadie.

Ella siempre se había limitado a trabajar, sin tiempo para permitirse concentrarse en nada que no fuera ahorrar para poder tener un futuro. Tenía el corazón roto después de la despedida de Gilbert  tras comprobar que el tiempo había diluido la promesa de amor que él le formulara. Ya que  después de meses de silencio, él le había escrito pidiéndole perdón y deseándole que fuera feliz. 

Y Millie, de dieciocho años, ya no confiaba en los hombres.

 No era tonta, sabía que los hombres la miraban. Su larga trenza negra, se había convertido en un elegante y sobrio recogido. Sus vibrantes ojos violetas se resistían a cualquier intento de llevar la conversación a un terreno que fuera más allá de los formulismos normales que dictaban la buena educación. Marcaba, mantenía las distancias y con ello, se sentía a salvo.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora