Capítulo 37: Una parada en Río de Janeiro

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—Un hotel que tenga una mínima calidad será más que suficiente para hospedarnos en Rio de Janeiro, Georges

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—Un hotel que tenga una mínima calidad será más que suficiente para hospedarnos en Rio de Janeiro, Georges. No quiero perder ni un minuto más del necesario.— Dijo Albert mientras sostenía con impaciencia su reloj de bolsillo.

Georges pareció leerle el pensamiento y lo observó comprendiendo su situación. Era evidente el por qué.

—La señorita Candy va a estar muy feliz en cuanto regrese. Y he de añadir que yo también tengo ganas de regresar con mi esposa.— Dijo tras observar el cielo. Estaba despejado y hacía un calor pegajoso que les hacía sudar en abundancia.

El aire olía a salitre, a yodo, a multitud de viajeros que como ellos bajaban por la pasarela, mientras las maletas eran cargadas por el personal del barco en carritos portaequipajes. Ellos sólo llevaban lo imprescindible: ligero, fresco y discreto. Él no tenía previsto pasar más de una semana en Sâo Paulo y después iría en persona a visitar las instalaciones siniestradas.

Albert vestía una camisa de lino color blanco y unos ligeros pantalones de algodón color beige. Su cabello rubio se agitaba al viento. Alguna viajera atrevida le dirigió más de una mirada coqueta, pero él estaba absorto en sus asuntos. Demasiado para darse cuenta de que su presencia no había pasado desapercibida.

Habían llegado con algo de retraso y pronto, al día siguiente a no más tardar tomarían un coche rumbo a Sâo Paulo. Pero antes, debían descansar.

—Hablando de tu esposa, no era necesario que me acompañaras.— Observó con una sonrisa. Sabía lo mucho que añoraba a Vanessa y valoraba más aún su sacrificio sabiendo que ella estaba embarazada.

El semblante pétreo de Georges no se inmutó. Un leve brillo en sus ojos negros dejó en evidencia la intensidad de sus sentimientos, pero enseguida desapareció de su mirada.

—No se preocupe ahora por eso, señor. Solo cumplo con la palabra que le di a su padre en su día. Ahora debemos averiguar lo sucedido en la fábrica y entregar el culpable, de haberlo, a la justicia.

William clavó sus agudos e inteligentes ojos en su hombre de confianza.

—Sospechas de alguien en particular ¿no es cierto?

—En efecto...—Afirmó Georges pensativo.

El joven trató de dominar el enfado que sentía por momentos. ¿Es que aquel maldito Mc Bride nunca se iba a dar por vencido? Los indicios apuntaban a que el incendio había sido provocado y lo que más le dolía era el número de víctimas inocentes que habían perecido entre las llamas. Aquel hombre no tenía ningún escrúpulo, ni se detenía ante nada para lograr su objetivo. Pero William pensaba detenerle.

—Ese hombre no ha perdido el tiempo.

Georges asintió. Pero también tenía que tomar una importante decisión respecto a Fleur. Su madre no había perdido el tiempo y la prensa amarilla había hecho mella en la reputación del multimillonario cuestionando su liderazgo frente al holding Ardlay.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora