El príncipe Stephan Leonidovich Artamonov había pasado la prueba para ser primer violín en la London Royal Orchestra pero aquello pese a las expectativas que había generado en su familia, le supo amargo. El desencuentro con Candy en el baile de Almack's todavía le pesaba. La recordaba vestida con aquel impresionante vestido dorado, su esbelta espalda, la cadena de brillantes cayéndole sobre los omóplatos, su estrecha cintura y creía enloquecer.
No olvidaba el daño que le habían hecho sus palabras.
Ni tampoco el dolor físico que le había provocado su poco ortodoxa manera de recolocarle el hueso del tabique nasal roto por su impetuoso amigo norteamericano, el hombre que la había dejado sola durante tantos meses. Se sentía mal por haberse dejado llevar por los sentimientos sin tener en cuenta que ella aún seguía enamorada del padre de su hijo no nato: su supuesto prometido.
Pero para él no había quedado nada en claro todavía. Si no se había anunciado oficialmente que lo eran, pudiera ser una estratagema de aquel ricachón para reclamarla como suya, lo cual le molestaba todavía más que el hecho de que le hubiera roto la nariz.
El embarazo de su hermana avanzaba y su familia estaba feliz. A los Archer no les importaba tenerlos de huéspedes permanentes en su casa de Londres ya que después de todo, eran familia y la casa era lo suficientemente amplia. E Irina parecía más que contenta de tenerlos con ella.
Pero Stephan se sentía incómodo. Quería buscar su propio camino y envidiaba la felicidad de su hermano Dimitri y la de su hermana pequeña.
Dimitri le había escrito diciéndole que siempre sería bienvenido, pero Stephan sentía que no se le había perdido nada en Îlle Vierge. Era un hermoso lugar pero demasiado pequeño y alejado de todo lo que él consideraba interesante. La vida en el campo para él carecía de interés y le gustaban más la cultura y los museos que cuidar de los animales u ordeñar vacas.
No, él no deseaba una vida tranquila. Anhelaba sentir la pasión fluir por sus venas. La deseaba a ella. El motor que lo impulsaba a cometer locuras. Pero ella no estaba destinada a ser suya.
Veía los ojos de Candy, recordaba sus palabras y Stephan se sentía culpable de haber dejado hablar a su corazón. En cierta forma, entendía que el puñetazo del maldito americano había sido justo. Pero no compartía su forma de demostrar el amor hacia una mujer. Creía que le faltaba pasión.
"De ser yo el dueño de tu corazón Candy, jamás te habría enviado tan lejos...", pensó mientras recordaba su cuerpo estremecido por el llanto bajo el cerezo japonés de su abuelo.
Ella se le había quedado muy adentro y Stephan intentaba olvidarla como podía hasta que llegó la carta que lo cambiaría todo.
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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
FanfictionLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...