Capítulo 30: Regreso a Archer Hall

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Aquella noche desapacible de truenos y relámpagos no fue desagradable para ninguno de los dos

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Aquella noche desapacible de truenos y relámpagos no fue desagradable para ninguno de los dos. Estaban agotados por las emociones compartidas y no hizo falta más intimidad que dormir abrazados en la amplia y cómoda cama de madera de roble que había construido el padre de Albert con sus propias manos.

Renunciaron a explorar de nuevo sus cuerpos en profundidad aunque la necesidad de vaciarse, de colmarse el uno al otro, se hallaba latente. Temían que si se entregaban al placer se olvidarían de lo que era verdaderamente importante. Aunque eso no quería decir que las manos y las bocas se estuvieran quietas. Todo lo contrario, ellas hablaron por los dos y llenaros sus cuerpos de promesas.

Albert no quería que ella sufriera de nuevo su ausencia agravada por un embarazo a destiempo. Prefería aguantarse las ganas de poseerla, porque no podía soportar la idea de hacerle daño de nuevo, aunque fuera involuntariamente.

Estaba dispuesto a esperar a estar casados para poder hacerla suya de una vez por todas sin importar las consecuencias. Para los Ardlay los lazos de sangre eran muy importantes y aunque aún no le dijeran nada al respecto, era muy consciente de que la matriarca ansiaba un heredero William con el que perpetuar el linaje ancestral de los Ardlay.

Ya había elegido a quien iba a ser su compañera de vida. A quien iba a ser la matriarca del clan y quien iba a ocupar el puesto de Elroy en el futuro.

"Pronto serás mía, pequeña...y ya nada podrá interponerse entre nosotros", pensó sorprendido de la intensidad de sus propios sentimientos.

El olor de la madera húmeda, el tímido crepitar del fuego de la chimenea en la mañana tras despertar uno en brazos del otro era lo más parecido a la felicidad, a la plenitud, para ellos dos. No había nada que desearan más que compartir preciosos momentos como esos el resto de su vida.

—Candy, estos días contigo han sido maravillosos...—Suspiró mientras ella terminaba de recoger el desayuno.

Había consistido en café y mermelada de bayas salvajes untadas sobre pan que él mismo había hecho. Estaba crujiente, delicioso y Albert disfrutaba verla comer con tanto apetito. En donde quiera que estuviera, Candy siempre era ella misma y era un aspecto suyo que valoraba por encima de todo.

—También ha significado mucho para mí...— Dijo ella.

El se rio. Tenía la cara llena de confitura de arándano salvaje y era delicioso verla de esa manera. Deliciosa y apetecible.

—Veo que tienes algo de mermelada en las comisuras de los labios...

Ella se quedó seria de golpe. No quería que los buenos modales que había adquirido en el colegio Sant Paul hubiesen desaparecido de golpe.

—¿Dónde?—Inquirió preocupada por su mala imagen.

Él sonrió lentamente. Los ojos celestes se entornaron, oscurecidos por un deseo intenso, salvaje. No podía evitarlo, estaba a su merced y tampoco quería reprimir lo que sentía.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora