Capítulo 43: Una hacienda cafetera

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Albert luchó por sobrevivir, había decidido que si su destino era morir allí, al menos vendería su vida cara

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Albert luchó por sobrevivir, había decidido que si su destino era morir allí, al menos vendería su vida cara. 

Habían sido emboscados por mercenarios, criminales a sueldo pagados por alguien muy interesado en acabar con él. Alguien que llevaba mucho tiempo mascando su odio, planeando acabar con el último descendiente vivo de William Clyde Ardlay. Y solo conocía a un hombre capaz de organizar algo así: Arthur Mc Bride. 

Sabía que hacía tiempo que había cumplido con su condena y también sabía que Charity, la hija de Eliza, había sido reclamada por su padre biológico. Se sintió decepcionado al enterarse que sus padres adoptivos habían decidido devolverla a su progenitor y constatar, que habían aceptado una generosa partida de dinero a cambio. La niña era una verdadera muñeca, todo encanto y personalidad. Y con pesar, William se había visto obligado a retirarle su protección. Ya no tenía sentido su implicación en aquel asunto cuando sus padres biológicos se iban a hacer cargo de ella. Que Eliza empezara a tener encuentros regulares con su enemigo declarado era algo que le había sorprendido y decepcionado. Aunque podía entender el afán de su sobrina por formar una familia tradicional que alejara a los Lagan de las habladurías, tenía que admitir que admiraba el coraje de la muchacha, ya que nunca había mostrado ningún rasgo de personalidad que pudiera  considerarse valiente u honesto. Recordaba bien lo que le había hecho sufrir a Candy con sus maquinaciones y lo que había intentado conseguir metiéndose en su cama aquella noche. No, él nunca la iba a aceptar como compañera y esposa.  

Que Mc Bride volviera otra vez a la carga con esta agresiva operación dejaba a William en una posición vulnerable. Mientras intentaba defenderse de los sicarios de su enemigo, el joven Ardlay intentaba ahuyentar de su mente los fantasmas del pasado. 

—Bastardo, me las vas a pagar...— Dijo aquel gigantón de cara tatuada tras  recibir el primer puñetazo en la cara. 

Era occidental, calvo y de perversos ojos grises. El cuello ancho y su envergadura hablaba de un pasado forjado en los cuadriláteros de lucha. Su acento  delató que  era de Chicago...no tenía que pensar mucho para deducir que se trataba de uno de los hombres de Mc Bride.

Damián Michaels tenía ganas de matar a aquel  señorito. Se limpió con la manga de la camisa la sangre que brotaba de las comisuras de sus labios carnosos y su sonrisa delató la falta del diente que había escupido antes. 

—No me hagas reír...— Había dicho William mientras se preparaba para asestarle el siguiente golpe. 

Pero Michaels tenía más experiencia y conocía todos los trucos sucios. Estaba más que motivado, ansioso por terminar aquel trabajo por el que había ganado el jornal de un año. Hacía tiempo que no disfrutaba de una buena pelea y quería hacerle pagar a aquel bastardo lo que él y su estúpido guardaespaldas,  les habían hecho al resto de sus compañeros.

Albert supo que el combate era desigual en cuanto recibió el primer golpe a traición por la espalda. Se dobló por el dolor y el gigantón aprovechó para rematarlo con una rama caída dejándolo sin sentido, tendido en el suelo de la selva. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora