La tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...
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"Albert... ¿Cómo has podido si quiera plantearme que renuncie a tí ? ¿No te das cuenta de lo mucho que te amo?"
Candy vio cómo sacaba un sobre de un cajón del armarito de la sala de estar tras dejar el pescado fresco sobre la encimera.
—Ten, me entregaron esto para tí.
—¿Qué es...?
—Tú solo abre el sobre, Candy...— le pidió mientras la observaba con vivo interés con las manos en los bolsillos.
Candy empezó a leer y su gesto fue cambiando a medida que asimilaba y comprendía el contenido del informe.
—¿Qué significa esto, Albert? Aquí dice que mi madre tuvo mellizas y que...que ... una nació muerta— añadió con la voz quebrada.
Él negó con la cabeza y su voz sonó pausada, dulce.
—No exactamente, Candy...
Ella levantó la vista, con los ojos brillantes fijos en él.
—¿Qué quieres decir con eso, Albert? Este documento lleva el membrete del Hospicio de Santa María de la Piedad...y según este registro mi hermana y yo nacimos allí —la voz le temblaba, a Candy le parecía casi imposible de asimilar algo como aquellos.
Luego señaló con un dedo un párrafo en especial.
— Reconozco el nombre de mi madre...aquí mismo. Esto...esto es demasiado increíble para ser cierto.
Miró a Albert buscando con desesperación su rostro, buscando su apoyo. Lo que aquel documento revelaba en sí mismo era una hecho casi imposible de creer. Le costaba respirar y sentía cómo su enfado inicial con él se iba diluyendo, superada por la realidad de aquella revelación tan extraordinaria.
Él la observaba intentando buscar las palabras adecuadas para contarle lo que sabía sobre Marnie Williamson.
—Tu hermana vive, Candy... De hecho, estuvo trabajando desde muy niña para esas horribles monjas del hospicio. Ellas la secuestraron y se la arrebataron a Clarice: tu madre.
Ella se llevó las manos a la boca intentando reprimir una mueca de horror mientras sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas. Algo parecido a las náuseas trepaba por su estómago hasta instalarse en su garganta.
Era demasiado cruel para ser cierto. Se sentía incapaz de asimilar toda aquella información de golpe y miraba lo miraba a él sin comprender.
—Ay, Dios mío...No puede ser ¿Cómo puede haber en el mundo gente tan mezquina? Separar así a un hijo de su madre. Esas monjas no son piadosas, ni buenas personas, Albert.
—No, no lo son—admitió él con pesar.
Candy se quedó en silencio, mientras volvía a hojear los documentos con interés y creciente ansiedad.