Capítulo 43: Una carrera desesperada

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Candy había madrugado mucho aquel día

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Candy había madrugado mucho aquel día. No podía dormir bien. Pensaba en las últimas noticias que había tenido de Albert y se debatía entre contarle lo que le había sucedido o no. En seguir manteniendo aquel secreto que la atormentaba. Sabía que le había prometido contárselo todo, pero ¿Cómo podía reescribir la carta que le había escrito y contarle esta vez que no solo había estado embarazada, sino que también lo había perdido por culpa de un resbalón? ¡Por su culpa! ¡Por su torpeza...! Tenía razón Terry cuando le había dicho en aquella vieja carta  de antes de su ruptura que era atolondrada. Claro que lo era.

Su mente divagaba.

El día comenzaba, la luz naciente del sol se empezaba a colar entre las colinas. Los tímidos y dorados rayos solares atravesaban las vidrieras. El servicio dormía y ella se encontraba en el comedor de la inmensa mansión Archer.

No le importaba, en realidad nunca le había importado prepararse las cosas por sí misma. Desde que era niña sus madres le habían enseñado a valérselas sola. Hasta que la adoptaron, hasta que él la rescato de su vida miserable con los Lagan, Candy había sido autosuficiente. Capaz de enfrentarse al mundo con valor. ¿Cómo no iba a poder sobrellevar la pena sola?

Las mujeres sin medios, muchas de ellas con los maridos muertos o desaparecidos en combate trabajaban las tierras con los pocos aperos que tenían. Las tierras muchas veces se quedaban baldías porque ellas decidían irse a la cuidad a ganarse la vida para ocupar los puestos de los hombres que luchaban en el frente. La guerra, aquella primavera de 1918 todavía no había terminado y las noticias decían que el frente alemán se había fortalecido después de la retirada del ejército ruso tras la revolución bolchevique.

Nada parecía ir bien. Los heridos no dejaban de llegar y muchas veces su abuelo maldecía a James de Argyll porque su casa no parecía un hospital.

Hospital de locos.—Farfullaba Thomas, mientras se encerraba en la biblioteca a leer sus libros y se enfrascaba en sus pensamientos, cada vez más pesimistas mientras se lamentaba de no ser más joven.

Gilbert pasaba demasiado tiempo con un oficial de inteligencia británico que solía visitar a menudo a los soldados. Muchos de ellos eran oficiales de alto rango y Candy se empezó a preguntar si su hermano realmente iba a hacer lo que les había dicho aquella Navidad. Si los dejaría y se alistaría para ayudar a los ingleses a desencriptar mensajes de los alemanes.

"No...Gilbert. Eres un niño aún...", pensó con aprensión mientras bebía un sucedáneo de café a base de achicoria de su propia creación. También había suplido la carencia de harina con un sucedáneo a base de harina de patata que la cocinera había celebrado haciendo un delicioso pastel de manzana y miel. Estaba orgullosa de haber dado con la solución a la carencia  estos alimentos básicos  y se preguntaba qué diría Albert si lo supiera. 

Estaba riquísimo y la felicitaría en cuanto se despertara.

El café escaseaba, lo mismo que el trigo, la harina, la carne, la mantequilla, el azúcar, alimentos básicos que muchas veces tenían que comprar de estraperlo en Edimburgo donde  ciudadanos hambrientos hacían cola para recibir comida en las cantinas de gestión gubernamental. También había una en Montrose y muchos soldados iban allí a recibir su comida diaria. Archer Hall, aunque todavía podía permitirse algunos lujos, no podía alimentar a todo el mundo y las personas que trabajaban allí de forma altruista y voluntaria no se atrevían a abusar de la hospitalidad de los Archer.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora