Clarice siempre lloraba en aquel lugar.
Cada vez que salía al jardín, no podía evitar detenerse breves momentos debajo del cerezo japonés de su padre y pensaba en su pequeño nieto, quien reposaba entre sus raíces y pensaba en su hija muerta al nacer, en su Lottie. Allí debajo de sus majestuosas ramas, no podía evitar sentir que se quebraba por dentro.
Nunca se había atrevido a decirle nada a Scott, menos después de que se hubiesen reencontrado en América gracias a William Albert Ardlay, el padre de la criatura no nata que descansaba bajo el amparo del hermoso árbol.
"Ahora estáis juntos en el cielo, queridos...", pensó mientras dejaba que el aire del otoño le secase las lágrimas.
¿Para qué iba a revelarle a su marido que había tenido mellizas y que una había nacido muerta? Tendría que hablarle entonces de las penosas circunstancias que la llevaron a solicitar asilo en aquel hospicio demencial. Que su prima le había negado ayuda y estaba sola en el mundo, con un vientre más que abultado. Y no podía exponerlo a ese dolor.
A veces, soñaba que estaba viva.
Y hablaba con ella.
Clarice estaba segura de que le habría gustado conocer a su hermana y al resto de su familia.
Candy se había recuperado con rapidez de la fiebre y volvía a ser tan vital y parlanchina como siempre, pero le preocupaba su aspecto delgado y macilento. Sus mejillas no habían recuperado el color, ya no eran sonrosadas y su piel lucía apagada.
A Clarice le preocupaba la salud de su hija Candy. Le preocupaba y mucho, pero ella siempre le contestaba que estaba bien aunque su sonrisa le decía otra cosa. Su madre que ya la iba conociendo bien, se preguntaba si podría hacer algo para remediar la situación. Pero su hija era tozuda y no se dejaba ayudar así como así.
A veces la veía pasear al lado de Stephan por el jardín de Annandale y esperaba que la compañía de aquel joven tan apuesto le alegrara un poco el espíritu. No podía evitarlo, pero a ella le agradaba como futuro yerno y la princesa con la que había trabado una gran amistad durante aquellos meses, también parecía satisfecha porque los dos jóvenes tuvieran una relación que a todas luces, parecía cada vez más estrecha.
Scott y Ben se mantenían al margen metidos en otros asuntos, preocupados por mejorar las finanzas de ambas mansiones. Clarice era muy consciente del problema económico por el que estaba pasando Annandale y había pedido ayuda a su marido, quien gustoso se había prestado a ello pese a las reticencias iniciales de su hermano Ben.
Scott también quería ir a revisar la marcha de sus negocios en Chicago. Había dejado al cargo a su socio William y aunque se fiaba de su gestión, quería hablar con él en persona sobre otras cosas.
Pero Clarice se temía sobre todo, que le fuera a decir lo de su hijo no nato. Lo cual sería un desastre y necesitaba pedirle discreción.
—Prométeme que eso se lo dejarás a tu hija, Scott. Es cosa de ellos dos, no vayas a remover un asunto tan doloroso como ese. Además, estoy segura de que ella ya se lo habrá mencionado en sus cartas. ¡Prométemelo Scott! Tu hija ya ha sufrido bastante.
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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
FanfictionLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...