Capítulo 57: La confesión de Odette

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—De acuerdo, iré con ustedes hasta la casa de la señora

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—De acuerdo, iré con ustedes hasta la casa de la señora. No creo que sea necesario amenazarme.—Dijo Odette tomando su chal de lana.

Era una mujer joven, aunque su expresión cansada y sus arrugas prematuras la hacían aparentar más edad de la que tenía.

—Puede usted subirse a la grupa conmigo o venir andando, si lo prefiere señora.—Dijo Stephan comenzando a cansarse de las reticencias de aquella ex empleada de Annandale.

No les había costado mucho dar con ella en el pueblo. Todo el mundo la conocía como la viuda O' Flaherty. Vivía en una humilde casa con sus cuatro hijos y dejó a su hija de trece años al cuidado de sus tres hermanos.

La niña los miró embobada, intentando no perderse detalle de la extraña conversación que estaba teniendo lugar delante de su casa.

Era una novedad y aquellos hombres tenían acento extranjero.

—Jenny, vuelve adentro. Enseguida regreso...—Ordenó su madre con severidad.

-Está bien, mamá.-Dijo la niña entrando en casa y cerrando la puerta. Pero no pudo evitar quedarse mirando detrás de las cortinas. Aquellos hombres eran apuestos y bien plantados.

Odette se dio cuenta de ello y miró con severidad hacia la ventana. Las cortinas volvieron a su lugar enseguida.

—Prefiero ir andando, gracias.—Respondió orgullosa.

Odette sabía por qué habían venido a por ella. Los conocía, eran los invitados de los Bruce.

Seguramente su señora le había echado a ella toda la culpa del incidente que había hecho abortar a aquella pobre niña. Y se mordió las uñas, intentando calmar su angustia. Iba a ser la palabra de una condesa, contra la suya pero quería asumir solo la parte de culpa que le correspondía.

Solo así conseguiría que su conciencia estuviera en paz.

—Por cierto, si lo que está pensando es en hablar con su señora tenemos que decirle que ha muerto esta madrugada.—Dijo Dimitri mirándola con severidad desde aquel enorme caballo negro.

La doncella de Poppy se quedó pálida.

—¡No! ¿Cómo ha sido?—preguntó mientras se llevaba la mano al pecho. Le costaba trabajo respirar.

—Un accidente...—Contestó Stephan lacónicamente.

Odette se empezó a marear y cayó de bruces haciéndose daño en la palma de las manos.

—¡Diablos, mujer! ¿No puede ser más cuidadosa?—Protestó Dimitri apartando a Goliat ya que la mujer había caído muy cerca de los cascos delanteros de su caballo.

Stephan desmontó y la ayudó a levantarse.

—Se ha caído, Dimitri ¿Es que no la has visto? Disculpe los modales de mi hermano. Es así de nacimiento...

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora