Capítulo 95: Un encuentro casual IV

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Ajena a los murmullos que se abrían a su paso, con la cabeza alta y caminar elegante pese a que  sentía que le fallaban las piernas, Candy buscaba a su familia entre la gente sin prestar atención a las conversaciones, a las risas burlonas, a las m...

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Ajena a los murmullos que se abrían a su paso, con la cabeza alta y caminar elegante pese a que  sentía que le fallaban las piernas, Candy buscaba a su familia entre la gente sin prestar atención a las conversaciones, a las risas burlonas, a las miradas condescendientes y lujuriosas  de las que se sabía siendo objeto,  a medida que se  mezclaba entre aquellos aristócratas y prohombres con el corazón destrozado; intentando buscar la forma de irse del baile, de salir de aquel infierno.

Por fin la princesa Ada Artamonovna, Clarice y Leticia salieron a su encuentro preocupadas, inquietas, con los ojos llorosos y ansiosas por saber cómo se encontraba. 

Sabían perfectamente lo  que había ocurrido pero por prudencia habían decidido mantenerse en un discreto segundo plano, ansiando saber el desenlace de tan comprometida y violenta situación y salir al rescate de Candy en cuanto llegara el momento...con la máxima discreción posible. 

Todo  para no alimentar aún más la hoguera en la que se había quemado su reputación, tras aquel sonado escándalo. 

—¿Dónde está Stephan?—Inquirió la princesa preocupada por su retoño. 

Candy señaló con el dedo al hombre que estaba sentado con la orquesta de músicos dispuesto a interpretar un solo al violín. 

—Ahí lo tienes... dispuesto a cumplir con su palabra.— Ironizó la joven mientras sentía que se rompía por dentro. 

Pensaba en la expresión de dolor de Albert al conocer la verdad. Y se sentía morir. Quería desaparecer de aquel estúpido evento que había tirado por tierra todas sus esperanzas y anhelos. 

"¡Albert...si pudiera cambiar lo sucedido! Ojalá  pudiera hacerte entender..." pensó mientras intentaba apartar las lágrimas de  su rostro congestionado. 

Clarice le puso una cálida mano protectora sobre el hombro. Entendía perfectamente lo que le estaba sucediendo. Pronto pondría fin al sufrimiento de su hija, abandonarían aquel estúpido baile. Enseguida, buscó con la mirada la puerta de salida, el cubículo donde aguardaba el encargado del guardarropa de los invitados con la esperanza de pasar desapercibidas. 

En ese momento, Ada dejó  escapar un ahogado gemido de dolor. Parecía a punto de desmayarse  tras ver el resultado de la pelea reflejada en el rostro de su hijo adorado.

—¿Estás bien, querida?— Inquirió Clarice mientras le acercaba una silla, donde sentarse para recuperar la compostura. 

La princesa estaba desolada, pálida, mientras señalaba con la cabeza hacia la figura de cara hinchada que se inclinaba sobre su violín, mientras interpretaba una magnífica y emotiva pieza de  Chaikovsky.

—Mi hijo tiene la cara destrozada...— Gimió Ada con los ojos llorosos y llevándose el abanico a la boca para ocultar la angustia que sentía. —Y aún así, sigue tocando el violín con la energía de costumbre ¡Qué niño tan tozudo, tan obstinado..! Sigue siendo igual, no ha cambiado nada...¡Nada, Dios Mío! — Añadió llorando. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora