Candy no podía dejar de pensar en lo sucedido. No podía ver otra cosa que no fueran los cuerpos tendidos en el suelo con la máscara de la muerte reflejada en sus terribles rostros, tirados como marionetas en el bosque de su abuelo Thomas. Aún podía ver las horribles muecas de sus caras destrozadas por los cartuchos de las escopetas de sus protectores. Y aunque había visto heridas terribles durante su jornada de voluntaria en Archer Hall, nada podía compararse con el miedo y el espanto que ahora sentía. Trataba de ser fuerte y mantener la compostura mientras era escoltada por sus salvadores hasta su hogar en Annandale. Pero lo único que le apetecía en aquellos momentos era por este orden: llorar, tomar un baño y dormir todo lo que restaba de día. Reconocía por los síntomas que se hallaba en estado de shock y aunque se sentía protegida por los dos hermanos, también se sentía terriblemente vulnerable.
Pero tenía que seguir adelante, no había otra alternativa posible. El presentimiento de que algo horrible había ocurrido en casa de su abuelo materno no dejaba de hostigarla y la motivaba a continuar y aguantar la necesidad de abandonarse al llanto. Porque ¿Qué era lo que podía haber sucedido para que el chófer de su abuelo hubiera venido tan temprano a buscar a su madre?
Desde la muerte de su hijo había intentado llevar una vida normal. Intentaba mantenerse activa para aliviar la tristeza. En aquellos momentos de calma tras la tormenta su mente empezó recordar otros momentos y todos ellos tenían el mismo vínculo.
Todos ellos giraban en torno a lo sucedido en Annandale aquella terrible noche. Y ella sólo quería olvidarlo.
Dejarlo atrás.
Cada vez que tenía la oportunidad corría sin descanso hasta la familiar colina que coronaba las propiedades de su familia y trepaba al gran roble que la presidía para crispación de su abuelo Thomas que veía en ella la reencarnación de Clarice, a quien aún detestaba y no se molestaba en disimularlo, lo que le llevaba a no pocas discusiones con su hijo Scott a quien todavía no le había perdonado que se hubiera casado con ella.
Había sabido del accidente de Candy por Ariadna y eso no le había puesto de mejor humor. Por una parte quería golpear al hombre que la había embarazado y por otra parte, también estaba enfadado con su nieta. Alguien de su sangre no tenía por qué comportarse como una fulana. Debía comportarse como una dama Archer y no dejarse manosear y embarazar por el primer tunante que le saliera al paso y le dijera cosas bonitas. ¿Un Ardlay? Le importaba poco el apellido de un fulano que se había atrevido a tocar a alguien de su estirpe sin que Dios lo hubiese bendecido antes a través del sagrado sacramento del matrimonio. Poco le importaba que sus antepasados hubiesen luchado juntos durante el levantamiento Jacobita. Aunque ahora corrieran otros tiempos las cosas debían hacerse como Dios mandaba.
Y él era un devoto católico.
Cuando Thomas Archer supo del accidente de su nieta sintió que le daba un vuelco el corazón y se acordó de su esposa. No quería admitirlo, pero su nieta le recordaba a ella: igualmente vital, menuda y charlatana. Podía ver en sus gestos a su querida Loreena y no podía evitar preocuparse por ella.
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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
FanfictionLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...