Albert era feliz.
Ella le había dicho que sí y había buscado su boca con ansia mientras el fuego de la chimenea calentaba sus cuerpos a medio vestir. El albornoz de ella se había abierto y él había disfrutado arrancándole suspiros de placer y entrega. Ella había hecho lo propio con él y reconocía el deseo fluyendo de nuevo por sus venas salvaje, como un caballo desbocado. Era tan fácil y complicado a la vez, amarla como la amaba.
Pero había dado su palabra y ya solo por desearla con desesperación empezaba a tener mala conciencia. Todavía no era el momento, así que aún con pesar, puso fin a su arrebato en ese instante, aunque eso no quería decir que fuera a renunciar al placer de saborear su cuerpo de nuevo en cuanto tuviera la oportunidad. Albert ardía de deseo al mirarla al fuego de la chimenea sonriente y feliz.
Aunque ahora se quedara colgado de ese sentimiento y se muriera de ganas por tenerla de nuevo.
Sin embargo, aún faltaba otra cosa por compartir con ella: la verdadera naturaleza de la identidad de la muchacha que trabajaba en la farmacia de su madre en Chicago. Su parentesco familiar se desvelaba en el documento que tenía pensado entregarle como broche final a aquel día de revelaciones y confidencias.
¿Qué iba a pensar ella...? Se imaginaba su expresión y no podía esperar a que llegara ese momento.
Candy también había resultado ser una persona muy hábil y perspicaz; una caja llena de sorpresas, aunque dada su profesión, tampoco le sorprendía que supiera tanto de la anatomía masculina. Lo cual, lo hacía sentirse vulnerable y lo enardecía por igual.
Él le dirigió una mirada llena de deseo.
— Esto todavía no ha terminado, Candy. —Dijo mientras se levantaba en busca de algo adecuado para vestir su torso desnudo.
—Espero que no...— Murmuró ella riendo y apoyando las manos en el mentón con coquetería mientras lo observaba con ojos brillantes.
Él sonrió.
—Seguro. Pero no quiero arriesgarme a llevar un nuevo golpe de tus familiares...—Dijo mientras se ponía un grueso jersey de lana adecuado para una jornada de pesca en el lago.— No me he olvidado de que quieres que te enseñe otros trucos de mi arsenal secreto .— Añadió mientras la observaba con picardía.
Candy rio mientras se recolocaba el albornoz que él le había prestado para cubrir su desnudez. Era enorme y había sentido como si él la hubiera estado abrazando todo el rato. Le gustaba esa sensación y tampoco lo disimulaba.
Sonrió al verlo rebuscar en busca de un calzado adecuado y le recordó otros tiempos cuando compartían convivencia en aquel diminuto apartamento. ¿Por qué en aquellos tiempos no había reparado en lo magnífico que era? Había tardado una eternidad en comprender la naturaleza real del vínculo que los unía.
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Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte [Libro 3]
FanficLa tutela de Candice White Ardlay ha sido revocada por su tutor en favor de su padre biológico. Neal está buscando cobrarse su venganza y Arthur Mc Bride sigue obsesionado con destruir a su antiguo enemigo de la universidad. No sólo busca arruinar...