Capítulo 101: Redescubrimiento en Dunnottar Park II

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 Atención. Este episodio tiene escenas no aptas para menores. Por favor, abstente de continuar su lectura si eres menor de 18 años.♦️♦️

Por supuesto...consentido, esperado y anhelado por nuestros personajes favoritos.

Espero que disfrutéis de su lectura.

¡Nos leemos! ❤❤❤❤

¡Nos leemos! ❤❤❤❤

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Tenía el cabello húmedo, los ojos brillantes, los labios entreabiertos.

 Y William Albert Ardlay sin poder evitarlo, tomó su boca y la besó apasionadamente. No una, sino varias veces, tomando sus labios y entregándose al placer de redescubrirla, de saborearla y de saberse suyo. Después le abrió su albornoz y acarició sus delicados pechos con las manos, deteniéndose en los pezones, trazando círculos concéntricos con los dedos mientras ella gemía y le decía con voz estremecida que todo estaba bien, que siguiera. 

Albert se paró un segundo, tomó su cara entre las manos y volvió a besarla. 

—Te quiero...—Murmuró.

Y ella se quedó sin respiración, mirándolo con ojos llorosos.

—Yo también te quiero... ¿Y por qué has tardado tanto en decírmelo? — Protestó apretando los puños y golpeando su pecho exasperada.

Él le tomó las muñecas, deteniéndola con facilidad.

—Por motivos obvios...— Le confesó sonriente mientras,  volvía tapaba sus protestas con un beso y ella gemía entregándose a él con toda la pasión de la que era capaz. Con avidez, con ansia, llevados por la ansiedad de estar uno en los brazos del otro fueron hasta la amplia cama de dosel que presidía la habitación. Ella le había sacado la camisa fuera del pantalón mientras sugerente se tumbaba sobre el colchón y él con ella. 

—Dios...yo  no puedo evitar desearte, Candy.— Susurró mientras le lamía los pezones y ella arqueaba la espalda sobre la blanda y cómoda superficie de la cama.— No puedo evitar pensar en tí, te me has metido dentro como una suerte de bendita enfermedad que me vuelve loco.

Él se sacó la negra camisa por la cabeza, sin desabotonar si quiera y la lanzó a un rincón revelando su esplendida musculatura a la luz de la mañana que se colaba tamizada tras las cortinas de seda salvaje.

—Albert...— Suspiró ella— Déjame tocarte, déjame sentir el tacto de tu piel y  tus manos sobre mi cuerpo. Porque yo soy tuya...siempre lo he sido.— Susurró  sugerente  mientras se desprendía del albornoz y por fin yacía desnuda de espaldas para él.

El joven suspiró contemplándola en su belleza, deleitándose en sus curvas. Mientras intentaba tomar el control de una situación que se le había escapado de las manos por completo. Él no había venido a su habitación a hacerle el amor, había venido a decirle  en persona, que el desayuno  ya estaba listo. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora