Capítulo 45: Cartas, boyardos y enfermeras de ultramar

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Albert soñó con ella aquella noche de intensas emociones

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Albert soñó con ella aquella noche de intensas emociones. ¿Cómo olvidarla?

"Candy..."

La veía con claridad meridiana, con la toalla alrededor del pecho mientras buscaba qué ponerse en el armario de la pequeña habitación que compartían. Se acababa de duchar, tenía prisa, mientras él que se había levantado antes, estaba preparando el desayuno.

 Había madrugado y comprado un hermoso ramo de flores con que decorar la mesa. Le gustaba alegrar su día a día con pequeños detalles que ella apreciaba. También su divertida expresión cuando le preguntaba cómo era posible que supiera cocinar tan bien. Él no lo sabía en aquellos tiempos, solo sentía que sus manos se movían por voluntad propia. Y él se dejaba llevar, no tenía ningún lugar al que llamar hogar que recordara y tampoco le importaba en aquellos felices tiempos.

El trabajo de friegaplatos en el restaurante italiano en el que trabajaba no le daba para mucho, le dejaba las manos agrietadas por el agua y el jabón y otras muchas veces le dolía la espalda ya que no solo tenía que ocuparse de mantener la vajilla limpia, también lo compaginaba con otras tareas como ayudar a ordenar las cajas con las compras de ingredientes  para cocinar y también solía ayudar a limpiar y barrer el suelo del popular restaurante.

 A veces, recibía propinas. Y no estaba tan mal. 

Tenía que admitir que su cuerpo respondía estupendamente al esfuerzo y los compañeros de trabajo no solían darle problemas; se llevaba bien con todo el mundo. Albert se sentía renacer cada mañana, atrás habían quedado aquellos días donde pensaba en morir en aquella horrible habitación. De vez en cuando se quedaba pensativo preguntándose qué clase de vida llevaría y quién sería. 

Pero no le importaba. Vivía con ella y se sentía tranquilo. Así que la esperaba con impaciencia todos los días a la salida de su trabajo  en el hospital para acompañarla de camino a casa. A veces la acompañaba al mercado y se divertían con sus ocurrencias. 

Aquel día estaba especialmente hermosa, indignada porque un tendero la había llamado "señora". Y en aquellos momentos algo se despertó en él. Pero decidió acallarlo en su corazón. No sabía por qué había empezado a albergar tiernos sentimientos por ella. Había sido tan gentil con él...con un desconocido. 

Por supuesto que sería una buena esposa...y no se atrevió a indagar en la naturaleza de esos  sentimientos. Porque en aquellos días, ella estaba con otra persona: con Terry. Y según ella ambos se conocían y eran amigos. Así que, era totalmente inadecuado sentir otra cosa que no fuera gratitud por ella.

Como siempre ruidosa, desordenada y charlatana le contaba con entusiasmo que ese día repartían los turnos y que ella esperaba poder pasar más tiempo con los niños del hospital de Santa Juana.

—El desayuno está listo, Candy.—Dijo.

El se asomó por la puerta de la habitación y la visión de ella desnuda de espaldas lo dejó sin aliento. Había dejado su ropa encima de la cama de abajo de la litera donde él dormía y el cabello húmedo le caía sobre su atlética silueta y esto no le sorprendió. Ella podía trepar a los árboles tan bien como él mismo y no había nadie quien la alcanzara cuando echaba a correr. Era un torbellino de energía y alegría que le daba sentido a su vida perdida en aquellos momentos de incertidumbre. 

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora