Capítulo 35: La obsesión de Oberon Mc Bride

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Oberon Mc Bride lloró aquel día amargamente

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Oberon Mc Bride lloró aquel día amargamente.

Nunca olvidaría la lluvia, ni tampoco lo que sintió cuando el cuerpo de Priscilla Ardlay fue sepultado bajo tierra. Muchísimas personas acudieron a presentar los respetos a la familia y William, los recibió a todos con el rostro demudado por la pena y con la niña Rosemary fuertemente agarrada de su mano.

"¡Cínico...ella está muerta por tu culpa...!", pensó lleno de ira.

Compró la corona de flores más cara y espectacular de todas, para homenajearla a ella: a su diosa. Y su socio se lo agradeció efusivamente, sin sospechar nada.

Sólo la mirada de aquella niña de quince años lo incomodaba, parecía leer en su corazón los verdaderos motivos que lo impulsaban. La obsesión enfermiza en que Priscilla se había convertido.

Trabajaba codo con codo con William Clyde, cenaban con sus respectivas esposas y acudían juntos al teatro sólo por tener el placer de verla, de darle conversación...de respirar su perfume a rosas salvajes.

Su mujer soportaba con estoicismo la carga de ser la otra, relegada solo al papel de ser la esposa fiel y abnegada. Para su amigo fue hasta gracioso que ambas esposas se quedaran embarazadas casi al mismo tiempo. William solía bromear al respecto, diciendo que sus hijos bien podrían confraternizar en el futuro.

Oberon sonreía. 

Era posible...sobre todo si lo que Priscilla traía era una niña y si su mujer traía un niño o viceversa bien podrían unir ambas familias y su familia podría ganar poder e influencia. Pero aún era demasiado pronto para adelantar nada. 

Oberon sin embargo quería más, soñaba con poseer a Priscilla.

Las cartas que le enviaba, los caros regalos, las flores...él estaba dispuesto a darle cualquier capricho que le pidiera. Pero Priscilla siempre lograba escabullirse y conseguía volverlo loco. Porque estaba seguro de que lo hacía para mantener vivo su interés. Clyde sólo era una distracción, algo temporal, mientras él podría ofrecerle el mundo.

Lo único que le había dado reparo era la mirada intensa de aquella niña, de su hija Rosemary. Sobre todo cuando lo sorprendió llorando ante la tumba de su madre cierto desafortunado día en que había ido a visitar a su socio en la mansión Ardlay.

Parecía como si pudiera ver dentro de él, como si todos sus sentimientos por su madre hubieran quedado al descubierto y aunque la saludó con una leve inclinación de cabeza, no pudo evitar sentirse desnudo. No podía olvidar aquellos ojos tristes, casi acusadores.

—¿Qué hace usted aquí? ¡Váyase por favor, váyase!—Le había pedido con los ojos llenos de lágrimas.

Un joven de su edad, con fuerte acento francés la había cogido de la mano y le había pedido que se tranquilizara, que sólo era un amigo de su padre.

Pero ella parecía haber leído en su corazón, parecía saber que tras su dolor también había muy bien oculto un enfermizo afán de venganza.

Oberon aquel día planificó detalladamente el plan que le llevaría a asesinar a su socio: el magnate William Clyde Ardlay.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora