Capítulo 30: El ángel del jardín

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Candy se despertó dolorida

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Candy se despertó dolorida. Hacía días que quería levantarse, pero la debilidad por la pérdida de sangre la hacía sentir  mareos y náuseas. Se tocó el vientre y le sobrevinieron ganas de vomitar. No tenía nada en el estómago, ni tampoco estaba embarazada, ya no.  Su vientre estaba hinchado,  vacío, dolorido...le habían dicho que era un niño y que siendo tan prematuro, era posible que no saliera adelante. Que tuviera fe en Dios. 

Pero el niño no sobrevivió...

No se lo dijeron hasta días después, cuando ella hubo abierto por fin los ojos y superado la fiebre.  Le dijeron que habían improvisado una pequeña tumba en el jardín de la mansión, al pie de un hermoso y centenario cerezo japonés. 

Una tumba sin nombre para un ángel dormido.

Candy se levantó aquella misma mañana, debilitada tras su convalecencia en cama, con el firme propósito de ver el lugar donde descansaba su hijo aunque le doliera. 

" William Anthony...mi ángel.  Ahora estarás jugando con Anthony, con Rosemary  y con tus abuelos" pensó mientras las lágrimas  rodaban por sus mejillas y sentía un peso en el corazón que la ahogaba.

La tristeza la iba invadiendo, embotando sus sentidos. No lo vería crecer, convertirse en un hombre, enamorarse. Todo eso se lo habían arrebatado de repente, antes de ver el mundo. Nada la había preparado para soportar aquel dolor. 

Y Albert no estaba allí para consolarla.

Pero no había consuelo posible que aliviara tal dolor. El vacío de su interior, amenazaba con tragársela hacia la oscuridad de la desolación más absoluta.

Candy caminó como sonámbula hacia el jardín mientras todo el mundo dormía, como un fantasma envuelto en un sudario blanco.  Su camisón se agitó levemente cuando abrió la puesta acristalada que daba al espléndido jardín de Annandale, orgullo de su abuelo James. La mañana amaneció envuelta en la niebla, fría, húmeda. 

Olía a hongos, a musgo, a tierra húmeda. 

El rocío había humedecido el césped recién cortado y ella sintió el frescor de la hierba en sus pies descalzos. Levantó el rostro en su busca...el gran cerezo  que se erguía orgulloso en un lugar destacado de la floresta. Pronto sería otoño, marcado por el final de la estación de las rosas y  por el inicio de la temporada de caza del zorro. Como aquel día, como el día del accidente. Una aprensión creciente le oprimió el pecho, pero se dio valor para continuar. 

 Candy con decisión y sin vacilar se dirigió apresuradamente hacia donde él descansaba. Donde su niño dormía apaciblemente, al pie que aquel magnífico árbol.  Habían depositado un ramo de hermosas orquídeas frescas y la tierra estaba recién removida. 

Era una pequeña tumba.

—¡Oh...mi niño!—Gimió con la voz entrecortada.

Cayó de rodillas, enterró la cara entre las manos y  gritó con todas sus fuerzas.

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora