Capítulo 64: El Hospicio de Santa María de la Piedad II

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Vanessa le hizo una señal a Georges  desde la ventana del despacho de la hermana Piety y fue hacia la silla para sentarse de nuevo cuando ya  empezaba a perder la paciencia

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Vanessa le hizo una señal a Georges  desde la ventana del despacho de la hermana Piety y fue hacia la silla para sentarse de nuevo cuando ya  empezaba a perder la paciencia.
Escuchó  por fin la puerta abrirse y suspiró.
La hermana venía con un libro en los brazos y se la veía muy molesta.

—Aquí tiene, encuentre lo que quiera que ande buscando y váyase enseguida, por favor...— Dijo la hermana superiora  dejándole sobre la mesa de su escritorio un grueso volumen de registro.

Vanessa sintió un estremecimiento de angustia. Pensaba en los cientos de niñas y muchachas jóvenes que debían llenar aquellas páginas. 

—Muy amable, hermana. Pero no se preocupe, porque me lo llevo ahora mismo...—Dijo ella mientras extendía las manos y lo recogía.

Sor Piety abrió mucho los ojos ¿Cómo podía ser tan descarada aquella mujer impía? Sólo había que ver el color rojo de su cabello y su indumentaria para darse cuenta del tipo de persona que era.

—¡Ni lo intent...! Ehem...perdón. No puede llevárselo. Estos registros son secretos y deben permanecer custodiados en esta Institución.—Dijo arrebatándoselo de las manos e intentado guardar las formas.

Pero Vanessa no estaba dispuesta a dejar que se se saliera con la suya.

—Necesito llevármelo.  No pretenderá usted que me quede  aquí todo el día revisando las anotaciones de las páginas de ese libro...una a una.

La monja se encogió de hombros mientras esbozaba una cínica sonrisa.

—Son las normas de esta casa, señorita Higgins. O lo toma o lo deja.—Dijo entrecruzando los dedos de las manos sobre el escritorio.

Vanessa sonrió capciosa, se levantó de la silla, puso las manos sobre la mesa  y se encaró con la monja mientras sus ojos la miraban de arriba a abajo. 

—Bien, le diré cuáles son las nuevas normas ahora, hermana. O me lo da en calidad de préstamo durante unos días o puedo llamar a un juez amigo de la familia para la que trabajo para que le endose a a usted y a esta honorable institución una orden de registro que hará tambalear los cimientos de este edificio. Y créame, al más mínimo indicio de delito, a la más mínima irregularidad, les caerá una denuncia que hará que se les caiga la cofia y el hábito a los pies.—Amenazó la joven mientras observaba cómo la ira  hacía temblar el labio superior a su interlocutora.

—Oh pero...¡¿Cómo... cómo se atreve, usted ?!— Protestó la madre superiora enrojeciendo de indignación.—Usted está nos  insultando con su arrogancia. No tiene decencia, ni decoro. ¡Mírese por el amor de Dios!  ¡Es la vergüenza de las de nuestro sexo...! Es por mujeres como usted que Adán comió del fruto prohibido del árbol de la ciencia y nos expulsaron del Edén. ¡Tú eres la perdición de los hombres, Jezabel...!— Espetó la hermana llena de rabia.

Vanessa sonreía. Conque era eso. Solo eran celos, envidia, inquina, contra las mujeres independientes alimentada por generaciones de hombres misóginos y por mujeres cómplices, como aquella. Sentía repulsión.  

Esmeraldas bajo un cielo sin nubes [Libro 2 ] Tu destino: Mi suerte  [Libro 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora