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Creo que hay pocas cosas en este mundo tan destructivas para el alma como no poder expresar lo que uno siente. La mudez obligada, el vacío. El dolor que provocan las palabras que no se dicen es tan inmenso que no hay nada capaz de asemejarse a él. Las emociones reprimidas solo conducen al sufrimiento, a una muerte lenta y agónica. Se trata de la agonía de todos los corazones rotos que no han hablado.

La voz hueca del cantante de Mago de Oz inunda mi alcoba, pero apenas puedo prestar atención. Los pensamientos burbujean en mi cabeza; los recuerdos han despertado, tras todos estos años de bendita hibernación. Me había convencido de que la había olvidado, pero lo cierto es que me he estado engañando a mí mismo.

No, no puedo olvidarla. ¿Quién hubiera podido? Incluso ahora, que ya descansa en su tumba, ajena a los mezquinos trajines del mundo, su recuerdo es poderoso, mucho más de lo que alguien como yo hubiese imaginado. No haber escrito nuestra historia me ha ido consumiendo poco a poco, sin que yo me diera cuenta. Una tenia voraz en los laberintos de mi espíritu.

Un día me consolaba con una borrachera de vodka, de ginebra o de lo que tuviera a mano; otro día, con marihuana; otro, con una ocasional raya de cocaína.

Los seres humanos somos imbéciles. Nos las damos de ser los únicos animales inteligentes sobre la faz de la tierra, pero en realidad no nos conocemos en absoluto a nosotros mismos; somos muy capaces de autodestruirnos sin saber por qué. Sencillamente lo hacemos.

Por esa misma razón, antes de que también yo termine durmiendo la mona a dos metros por debajo del nivel del suelo, he decidido escribir lo que hace tiempo debí haber escrito. Más aún, lo que debí haber pregonado a los cuatro vientos como un poseso.

Porque, ¿qué es un hombre enamorado de una fantasía, sino un loco ignorante? 

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora