¿Y qué le respondiste?—10:52
Todo el mundo se había marchado ya; en el bar solo quedaba yo para recogerlo todo y terminar cerrando a las once en punto. Había pasado todo el día en la residencia, y la verdad es que estaba hasta los mismísimos cojones.
Necesitaba hablar urgentemente con Nazaret, contarle lo que había ocurrido con Mateo y lo que este me había dicho acerca de Ana y sus preocupaciones. Tenía que desahogarme.
Le di evasivas —tecleé, mientras Nazaret esperaba en el chat de AOLine—. Le dije que estaba muy cansado últimamente, que no dormía bien por las noches. Creo que se lo tragó—10:53
¿Crees que Ana sospecha algo?—10:53
Me quedé pensativo unos instantes, meditando la mejor respuesta; sabía que mi mujer intuía algo, que yo no estaba como siempre. Por mucho que disimulara, algo se me debía notar.
Está preocupada, pero no creo que sospeche que le estoy siendo infiel—10:54
Cuando lo pensé un poco mejor sentí un hormigueo en la entrepierna. Infiel. La palabra se las traía. La idea de ser cogidos in fraganti me excitaba más de lo que me podía confesar a mí mismo. De hecho, en algún momento me había masturbado imaginándome estar follando con Nazaret en mi estudio, mientras Ana descansaba en nuestra habitación.
El riesgo en ocasiones puede ser de lo más erótico.
De todas maneras —escribí, al ver que Nazaret no me respondía—, no me gusta que ahora Mateo esté envenenado por Ana. Mi mujer puede ser una obsesa cuando se lo propone, pero mi suegro es como un perro de caza. Cuando encuentra un rastro, lo sigue hasta que consigue su presa. No está preocupado por su hija. Lo que quiere es joderme a mí—10:55
Entonces tienes que ser más cuidadoso a partir de ahora—10:55
Asentí con la cabeza, como si pudiera verme. Dejé las bandejas recién aseadas en la cocina y salí de allí apagando los fluorescentes.
No quedaban más que cinco minutos para cerrar.
Estaba deseando irme a casa. Había empezado a leer La romana y me tenía enganchado; Su vida íntima reposaba en mi escritorio, perfectamente olvidado. Los regalos de mi mujer ya no tenían ningún valor para mí. Y no lo disimulaba.
Siempre soy cuidadoso —expliqué. Apagué entonces las luces de la barra y me dirigí a la sala de estar, completamente vacía—, pero me preocupa Mateo. Puede husmear más de la cuenta y arruinarme la vida—10:57
Lo más importante es que nadie me vea nunca. Si no me ven, para ti será más fácil disimular—10:57
Aquello me dolió, y mucho. El alma me pedía a gritos decirle a todo el mundo lo que sentía por Nazaret Alcázar, y sin embargo ella me pedía mantenerla al margen. Más aún, me pedía no ser nadie.
Una fantasía.
Y pese a mi indignación lo dejé estar. No quería discutir con ella. ¿Qué otra cosa podía hacer, salvo callarme?
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...