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Vas a darte cuenta de algo que quizá no te siente del todo bien—18:12

Cuando leí aquello no supe cómo reaccionar. ¿Qué significaba que algo no iba a sentarme bien? ¿Algo relacionado con Nazaret? ¿Conmigo? ¿Con los dos?

No entiendo lo que quieres decirme—admití—. ¿Es porque tienes alguna minusvalía? Si es por eso has de saber que para mí no hay ningún problema—18:13

No soy minusválida ni tengo nada que pueda avergonzarte. Soy una chica normal y corriente, tanto que podríamos cruzarnos por la calle o coincidir en cualquier lugar público, y no te fijarías en mí—18:15

Eso no me lo trago —discrepé con un enfado creciente—. Te reconocería nada más verte—18:15

¿Estás seguro?—18:16

Dudé de mis propias palabras, de mis convicciones, hasta de mi cordura. Me sentía inseguro y extrañamente indefenso. Nazaret sabía demasiado bien que algo iba a fallar entre nosotros, pero no quería decírmelo. La muy tunanta no soltaba prenda.

Al 100% seguro no—18:18

¿Qué otra cosa podía decir? Si intentaba presionarla para que me lo dijese era muy probable que se esfumara, que se me escapara entre los dedos como arena fina. Debía tener paciencia y esperar a ver cómo evolucionaba aquel asunto. Cuando se resolviera el misterio, mucho me temía que yo me convirtiese en otra persona.

Entonces no te escudes tanto en tu seguridad, mi querido Lavery—18:20

¿Y en qué voy a escudarme si no? No tengo nada de ti, solo palabras. Dime a qué he de agarrarme—18:20

Conmigo no puedes estar seguro de nada, ¿verdad?—18:21

¿Haces lo mismo con todos los hombres con los que chateas por AOLine?—18:23

El tuyo es un caso excepcional—18:23

El estómago me dio un brinco. Aquello era completamente nuevo. ¿De modo que Nazaret me consideraba especial?

—Lázaro —me llamó de sopetón el subteniente Molinero, que había aparecido en el salón de abajo como por arte de magia. El gordo bigotudo tenía la curiosa habilidad de materializarse en el aire como y cuando le daba la gana.

Me di la vuelta de un giro, escondiendo el móvil en el bolsillo del pantalón.

—Diga, mi subteniente —tartamudeé.

—¿Se puede saber qué ha ocurrido en la barra? Mateo estaba hecho una furia.

Tragué saliva con inquietud. Odiaba que Molinero apareciese de esa manera para importunarme con las quejas de Mateo, pero no tenía más remedio que apretar los dientes y aguantar el chaparrón.

—Ha dicho una impertinencia y he tenido que responderle —me excusé con una frialdad excesiva. Por mucho que Molinero fuera mi jefe, no tenía ninguna intención de agachar la cabeza y resignarme a recibir una reprimenda gratuitamente.

—No puedes dejar que te influyan tanto sus estupideces, Lázaro —dijo—. Tienes que quererte un poco más.

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora