Me quedé otra vez solo. Oí los sollozos teatreros de Ana mientras se marchaba por el pasillo. De vez en cuando debía recordarla que en mi estudio no podía entrar sin mi permiso. Mi estudio, aunque pequeño y abarrotado, no dejaba de ser mi santuario, el único lugar de la casa que podía considerar enteramente mío.
Volví a mirar el dichoso teléfono. Escribiendo. Pateé el suelo con rabia infantil. ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar?
Hasta que, por fin, Nazaret Alcázar me envió su ansiada contestación.
No pienso darte ninguna patada en el culo. En todo caso la patada podrías dármela tú a mí.
Por la manera en que me lo explicas, veo que no tenías ninguna intención de dejar embarazada a tu mujer; más bien parece haber sido ella la que te ha preparado la encerrona. ¿Estoy equivocada?
Seguro que no. Estabas a punto de abandonarla, y ella lo sabía, de modo que tenía que hacer algo para no perderte. Era la consecuencia lógica.
No me alegro de lo que me cuentas, pero tampoco voy a lamentarme. Ana ha decidido por los dos, Lázaro. Ha decidido tu vida y la mía. Nos ha ahorrado el tedio de tener que decidir, y así nos ha negado también la posibilidad de romper con todo.
Porque me imagino que ahora no podrás pensar siquiera en abandonar a Ana. ¿Cómo ibas a hacerlo? No eres ningún cabrón egoísta. No vas a dejar a tu hijo. No tiene la culpa de las maquinaciones de su madre.
En cualquier caso, las cosas tampoco han cambiado tanto. Ya estabas casado cuando te conocí. ¿Qué más da que además de eso vayas a tener un hijo?
Lo único que va a ocurrir a partir de ahora es que vas a tener más tiempo para el bebé y menos para mí. ¿Eso qué más da?
Elegí esta casa para vivir tranquila, no para convertirla en una discoteca. Si tienes que ocuparte del niño, ¿qué puedo hacer yo, salvo transigir?
A no ser, claro, que quieras que rompamos lo nuestro, en cuyo caso cada cual seguirá su propio camino como si nada hubiera sucedido. Lo comprendería perfectamente. Criar a un hijo no es poca cosa, y naturalmente querrás hacerlo bien; yo podría ser un estorbo.
Por mi parte, no quiero que dejemos de vernos. Mira, voy a decirte una cosa que puede que te asuste: vivir con la certeza de una muerte prematura hace que infinidad de cosas aparentemente importantes pierdan su valor. Al contrario ocurre igual. Ocurre en ocasiones que ignoramos cosas porque parecen insignificantes, cuando a la hora de la verdad son las que realmente valen la pena.
El trabajo, el dinero o el éxito son cosas importantes en y para el mundo; sin embargo, en mi mundo tienen un valor nulo. Tu mujer y tu hijo son importantes para ti, no puedo ponerlo en duda, pero para mí no importan un comino. ¿Entiendes adónde quiero ir a parar?—20:01
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...