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Está siempre al lado de su amiga moribunda y siempre es la misma, siempre la criatura solícita y angelical que doquiera dirija su vista alivia dolores y siembra felicidad.

Cerré Las desventuras del joven Werther y lo dejé en la estantería del estudio, donde recordaba haberlo dejado tras la visita a la feria del libro en El Arrayán; allí solía colocar todas las novelas que tenía pendientes por leer, pero algo, un barrunto, un aguijonazo en el alma procedente del puro instinto, me hizo alejar la preciosa obra de Goethe de Su vida íntima, la última novela que Ana me había regalado.

La muy cabrona había elegido aquel libro a conciencia, pero estaba claro que yo no iba a dejarme manipular de forma tan rastrera. Ana tendría que hacerlo un poco mejor.

Saqué el teléfono móvil del bolsillo del pantalón y me dispuse a entrar en el chat de AOLine para ver si Nazaret estaba en línea. Como ya parecía ser lo usual, el corazón se me encaramó al gaznate cuando la encontré activa.

Había dejado de tenerle miedo a sus reacciones; Nazaret Alcázar podía comprenderlo todo mientras se le explicara todo, sin omitir nada. Por tanto, lo mejor que podía hacer yo era explayarme con ella, cosa que por otro lado me pedía el cuerpo con todas sus fuerzas.

Buenas noches, Nazaret—23:54

Ella leyó mi saludo al momento. Escribiendo. El corazón se me subió aún más. ¡Dios, parecía un jovenzuelo tontorrón!

Hola, hombre herido—23:55

Sonreí de medio lado. Nazaret parecía tener la capacidad de leerme el pensamiento. El hombre herido de Courbet se materializó en mi mente a una velocidad pasmosa. Sí, cuando yo la conocí era un hombre herido, incluso moribundo; aquella noche me encontraba en unas condiciones parecidas.

¿Cómo sabes que estoy herido?—23:56

Algo te ronda la cabeza cuando me saludas tan secamente y a estas horas —me escribió Nazaret—. Yo no he hecho nada que pueda disgustarte, así que tiene que ser algo de tu mujer. ¿Qué ha pasado?—23:58

Mi sonrisa se ensanchó de golpe. Ese carácter de sabihonda que adornaba a Nazaret me encantaba. Ella siempre tenía las palabras justas para cada momento, con lo que a mí me quedaban pocas cosas que añadir.

La conexión que había entre nosotros era asombrosa.

Mi mujer ha venido borracha después de haber estado de juerga con sus amigas—23:59

El chat de AOLine se quedó como muerto. La luz rosada seguía ahí, brillando. Ella continuaba conectada, pero no escribía.

Pasaron un par de minutos sin que nada ocurriera. Por un instante temí lo peor: que Nazaret se hubiera enfadado por algo.

De sopetón, otra vez escribiendo.

Estando embarazada no debería cometer estupideces de ese tipo. Es muy peligroso, no solo para ella, sino sobre todo para el niño. ¿Qué has hecho al verla en ese estado?—00:01

Nada —contesté, escribiendo tan rápido como me permitían mis dedos—. ¿Qué querías que hiciera? Lo siento de verdad por la criatura, Nazaret, pero no soporto a su madre. Tengo que hacer algo o va a acabar conmigo—00.02    

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora