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A.O.L. era una página especialmente diseñada para jovenzuelos tontos, me quedaban pocas dudas al respecto. Todo era tan sencillo que por un instante pensé que lo estaba haciendo mal. Pero no, lo hacía bien, y antes de que quisiera darme cuenta ya lo tenía todo listo.

No sé bien por qué introduje ese nombre en el buscador. ¿Inspiración divina? ¿Los versos de Mostaza? La verdad, no lo sé. El caso es que lo hice; a los pocos instantes apareció ante mis ojos una lista interminable de nombres y apellidos. Cientos de féminas con ese mismo nombre. Había montones de fotos de chicas guapísimas, mujeres maduras aparentemente de buen ver, y otra suerte de personas que no sabría decir si eran de género femenino o masculino.

Deseché por sistema el segundo y el tercer grupo. Las mujeres maduras rondaban todas los sesenta inviernos cumplidos; no, no estaba tan desesperado. En cuanto al tercer grupo, sobra explicar los motivos de mi rechazo. Baste decir que todos esos seres sin identidad definida me repelían profundamente.

Lo que yo quería era una chica joven que me hiciera olvidar el profundo tedio que aquejaba mi existencia. Una Lolita.

«Una como la de la biblioteca», sopesé, mordiéndome el labio inferior. Sí, era solo guapa, un ser corriente por fuera, pero me jugaba algo bueno a que muy especial por dentro.

Así, me centré en el primer grupo, en el había cientos de chicas con el nombre de Nazaret, algunas de aspecto modosito, otras simpáticas, y la mayoría con pinta de fulanas. Es asombroso lo mucho que pueden cambiar las mujeres solo para llamar nuestra atención.

En la parte superior de la página encontré un pequeño espacio vacío con la indicación «Etiquetas», y supuse que sería una especie de filtro para impedir que todo perro y gato, digamos, acudiera a la llamada.

Inserté las palabras literatura, poesía, escritura y libros. La lista de chicas disponibles con aquellos mismos gustos se redujo considerablemente. Conté unas veinte. Era lógico, por otro lado; en mi ciudad no debía de haber muchas jóvenes con el nombre de Nazaret a las que les gustasen los libros.

Todas procuraban salir guapas en sus fotos. Unas lo lograban y otras no. Dos o tres me llamaron especialmente la atención, pero ninguna de ellas parecía tener lo que yo buscaba. A todas les faltaba algo, ese algo que ni siquiera yo podía definir.

Entonces localicé a una Nazaret. Parecía distinta. En su foto de perfil no aparecía ella, sino un precioso dibujo de Dante Gabriel Rossetti.

Tuve un pálpito, una intuición. Nazaret Alcázar. «Esta sí.»

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora