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He pensado que quizá podríamos vernos en viernes en la Feria del Libro—11:06

Me quedé mirando la pantalla del móvil sin parpadear y con una sonrisa de bobo pegada a la boca. Tontas y horribles palabras, pero en mi espíritu hacían maravillas.

No quiero que te sientas obligada ni presionada—11:08

Era lo mejor que podía decir. Nazaret merecía cierta deferencia por mi parte. Estaba seguro de que ella me lo agradecería.

Por un instante pensé en dejar la foto para otro momento; a fin de cuentas estábamos hablando de nuestro primer encuentro. ¿Y si lo fastidiaba todo solo por el morbo de saberme descubierto y contemplado?

No, en absoluto me siento obligada a hacerlo—11:09

Hay una cosa de la que quiero hablar contigo —escribí yo, algo vacilante—, pero no me atrevo—11:11

¿Sobre la cita?—11:11

No —respondí—, sobre el tema del sexo virtual—11:13

El chat de AOLine se quedó como muerto. Nazaret había dejado de escribir. Quizá estuviera pensando algo. Algo sobre mí.

El miedo me subió a la garganta. Dios mío, ¿para qué abriría la bocaza?

¿Qué quieres saber?—11:17

Solté un suspiro, no del todo aliviado. Parecía tirante, como a la defensiva. Cuidado, Lázaro.

Quería saber cómo lo haces—11:18

Un nuevo silencio. Otra vez inmovilidad. Nazaret reflexionaba al otro lado de la pantalla. ¿Estaría decidiendo decirme la verdad o dar evasivas?

Escribiendo. Aguanté el aire en los pulmones.

Si veo que la otra persona es respetuosa y me tiene en consideración —me explicó—, mando fotos mías, audios, incluso vídeos. A veces nos llamamos por teléfono y nos masturbamos mientras nos oímos el uno al otro—11:20

Había elegido decirme la verdad. La polla se me puso tiesa como una estaca.

¿Y a ellos les gusta? —pregunté—. ¿Les excitas?—11:21

Nunca se han quejado—11:21

¿No te apetecería probar conmigo?—11:22

La pregunta clave. Crucé los dedos y esperé rezando de cualquier manera un Padrenuestro.

Ahí estaba mi foto, la foto de mi desnudo integral. A ojos de una mujer podía ser muy apetecible, no podía negarlo, pero Nazaret no era cualquier mujer. ¿La querría? ¿La despreciaría?

Me respondió un minuto después.

Llevo varios días intentando decidir si proponértelo o no—11:23

El corazón me trepó por el pecho hasta encaramarse en mi gaznate. ¡De modo que ella ya lo había pensado!

¿Y has decidido ya?—11:24

Sí, acabo de hacerlo—11:24

¿Y?—11:24

Medio minuto. La espera me mortificaba. Por fin, tras lo que me pareció una eternidad, llegó la contestación.

Estoy segura de que a ti también te encantará—11:25

Estaba a punto de responder cuando me envió una foto. En ella se veía la deliciosa curva de una espalda femenina. Era estrecha, bellísima, de piel suave y rosada. Un par de rizos oscuros, no más, caían casual y graciosamente a un lado.

Aquella espalda y aquellos rizos eran los de Nazaret.    

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora