¿SexyChic Talk?—23:56
Nazaret no parecía dar crédito a lo que yo estaba explicándole a través del chat de AOLine.
Nunca había oído hablar de ello —respondí, dando vueltas por el estudio como una bestia enjaulada—. ¿Y tú?—23:57
Le di a enviar y esperé su respuesta. Nazaret no escribió nada; por el contrario, lo que hizo fue desconectarse.
Un momento después me estaba llamando por teléfono. Suspiré, repentinamente animado: lo que necesitaba era oír su voz.
—No, nunca —comentó nada más abrir la boca—. Tiene nombre de aplicación diseñada para buscar sexo sin tener que pagarlo.
—Es lo que parece. —Me quedé callado un segundo y agregué después—: La muy furcia se ve con ese tal Maroto mientras yo estoy trabajando en la residencia como un gilipollas. No me cabe otra explicación.
—No, no cabe otra explicación salvo esa.
Estaba furioso, y Nazaret lo sabía. Su tono suave y sus pausas insinuaban cierto temor a hablar más de la cuenta o a decir alguna inconveniencia; mi sensibilidad estaba a flor de piel y cualquier comentario que ella hiciera podría desencadenar una tempestad. La suya era la prudencia del psiquiatra que intenta calmar a un esquizofrénico en pleno brote.
—De modo —continué, apenas sin escucharla— que no solo me está poniendo los cuernos sino que, para colmo, ese puto niño no es mío. —Contenía a duras penas las ganas de patear la papelera de plástico que tenía junto al escritorio—. ¡Lo que quiere es endosármelo mientras ella se divierte con el otro!
—¿Puedo recomendarte que te calmes, o es mucho pedir? —preguntó Nazaret con una insoportable tranquilidad.
—¿Que me calme? Nazaret, a veces parece que no vives en el mundo real.
—Y tú a veces parece que no piensas —me recriminó Nazaret con evidente acritud. Luego, con más tiento, siguió—: ¿Es que no estabas esperando que ocurriera algo como esto?
—No —refunfuñé, cada vez más encabronado.
Ahora, a mis años, considero que Nazaret debió de verme como a un niño con un berrinche. Estaba siendo infantil e inmaduro pagándolo con ella.
—¿No? ¿Estás seguro?
Separé los labios, decidido a replicar usando alguna mordacidad, pero en el último momento me contuve. Las emociones, de sopetón, parecieron transformarse en mi pecho: la ira se volvió perplejidad; la indignación, optimismo; la tristeza, contentura.
Todos aquellos sentimientos negativos me habían estado impidiendo ver la realidad de manera objetiva y clara. Las posibilidades que se me presentaban sin haberlo pretendido eran increíbles, impensables hasta aquel mismo día.
Nazaret acababa de abrirme los ojos, otra vez.
—Bueno, quizá sí, pero no había imaginado que esto pudiera ocurrir. —Dudé un instante—. No exactamente así.
—Sé práctico —me aconsejó Nazaret al otro lado del teléfono—. Ahora tienes una buena razón para hacer lo que verdaderamente te pide el cuerpo.
A pesar de todo los labios se me curvaron en una sonrisa complacida. En el tono de voz de Nazaret se insinuaba cierto anhelo, cierta esperanza.
Me di cuenta, de pronto eufórico, de que ella estaba deseando ser feliz. Y serlo a mi lado, sin tapujos ni mentiras.
En aquel glorioso momento supe exactamente qué era lo que tenía que hacer.
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...