¿Estás despierta?—2:35
Sabía que Nazaret no me respondería. Estaba desconectada del chat de AOLine. Era natural que a aquellas horas estuviera durmiendo, y no en vela como un servidor.
Mi insomnio era forzado e ilógico, pero también maravilloso; de noche podía reflexionar con total libertad, refugiarme y vivir a través de mis pensamientos sin tener que dar explicaciones a nadie, y menos a mi mujer. De noche podía ser yo mismo y pensar en Nazaret Alcázar, en su cuerpo y en su alma, en nosotros y en nuestro posible futuro juntos.
En vista de que Nazaret dormía, me senté ante el ordenador portátil y me dispuse a escribir un poco. Las musas estaban parlanchinas de un tiempo a esta parte, y las escuchaba con gran atención. Tenían cosas maravillosas que contarme.
Sin embargo, nada más desplegar el Word y leer el título del relato —Los renacidos—, el instinto me hizo volver a cerrarlo y conectarme de nuevo al condenado chat de AOLine.
Nada. Nazaret descansaba feliz en su casa, ajena al mundo virtual, y yo me despellejaba tontamente los padrastros. ¿Qué me decía el ánimo? «¡Escríbela, idiota! Que se entere de lo importante que es para ti. Que sepa que piensas en ella incluso cuando el resto del mundo duerme. ¡Enamórala con las palabras!»
—Eres escritor —me murmuré a mí mismo, mientras pensaba una manera elegante de comenzar a escribir—. Haz que se sienta especial.
Es curioso que me sienta escritor y, como tal, mago de las palabras, y que sin embargo no consiga encontrar las más adecuadas cuando trato de hablar contigo —empecé—. Siempre he pensado que a los escritores se nos conoce por nuestros escritos. Descartes decía que en ellos ponemos nuestros mejores pensamientos. Y es verdad.
No tienes ni idea del enorme bien que le estás haciendo a mi espíritu. Estaba sumido en la desesperación, en una especie de abismo del que no podía salir solo. Tú me has ayudado a salir de él. Había renunciado a ayudarme a mí mismo. Me había negado a continuar viviendo.
Tú me has brindado la posibilidad de una nueva vida. Me has hecho renacer.
Incluso si lo nuestro no llega a ninguna parte, siempre te estaré agradecido por lo que has logrado en mí. Quiero tenerte en mi vida de la manera que sea, aunque mi salud emocional peligre. Te mereces que intente hacerte feliz.
No dejo de pensar en ti. Sé que esto no va a sonar demasiado romántico, pero cada vez que me masturbo, cada vez que follo con mi mujer, pienso en ti. Lo hago continuamente, como un drogadicto que piensa en su chute. Soy un obseso de ti.
No me arrepiento de serlo. Hasta hace poco tu nombre no habría significado nada para mí. Ahora significa mi mejor motivo para ser feliz.
Tengo aquí tu regalo, ese que debí darte en la Feria del Libro. Quiero dártelo. ¿Cuándo podría volver a tu casa?—2:52
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...