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A la mañana siguiente recibí la contestación de Nazaret. No sabría decir el número de veces que leí aquel mensaje; admito que incluso me dio un poco de envidia. Me deslumbraba su forma de hablar, pero al mismo tiempo me indignaba. ¿Con qué derecho zarandeaba así mi alma? ¡Su maldita palabrería conseguía volverme loco!

Los escritores podemos ser extremadamente manipuladores; conocemos el enorme poder de las palabras.

Carl Sagan decía que un libro es la prueba de que los hombres son capaces de hacer que la magia funcione.

Nazaret Alcázar era la prueba viviente de que la magia de las palabras realmente existía.

Buenos días, mi querido Lavery:

Para mí, lo verdaderamente curioso es que pienses y sientas todas esas cosas. Sé que eres sincero o, de lo contrario, no te habrías molestado en escribirme a las tantas de la madrugada. Y lo peor es que yo pienso y siento prácticamente lo mismo que tú.

Estabas en lo cierto cuando me preguntaste si huía del mundo. Así es, huyo del mundo; más concretamente, huyo de las mentiras del mundo, de su crueldad, de su avaricia. Me protejo constantemente de los halagos y de los halagadores. Pocas son las personas que acuden a mí buscando mi simple compañía. Todos quieren algo. El mundo es interesado, te engulle con avidez insaciable y te caga como la mierda en la que te ha convertido.

Así me sentía yo hace unos años: como un alimento deglutido por una bestia voraz y transformado en un montón de heces, exprimidos todos sus nutrientes.

«Polvo eres, y en polvo te convertirás», ¿no es verdad? La materia vuelve a la materia, la mierda al fango, el viento a la nada, y el muerto al hoyo, por supuesto.

Yo también he sido un cadáver, Lázaro. Lo he sido mucho tiempo. Conocerte está siendo para mí un retorno a la vida. Me gustas más de lo que puedo controlar.

No negaré que paso un calvario cuando pienso que estás casado; carecería de emociones si no me perturbase esa realidad. Por mucho que quiera ignorarla, tu mujer está ahí, y si sigues a su lado significa que no quieres separarte de ella.

En cierto modo me siento como un parche. Duele, ¿verdad? Duele saber eso, y comprobar que puede ser cierto.

No voy a arrepentirme por decirlo. La próxima vez que nos veamos tendrás que convencerme de que no soy ningún parche; no soy un pasatiempo momentáneo que te permita recobrar las fuerzas para mantener tu matrimonio en pie.

Quiero que seas completamente sincero contigo mismo, que analices tus sentimientos y también tus aspiraciones. Solo de esa manera podrás ser sincero conmigo. Necesito saber en qué embrollo me estoy metiendo y si de verdad merece la pena hacerlo.

Mañana estaré en la Librería Minerva durante buena parte de la tarde. Nos podemos ver allí, si te apetece—9:12    

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora