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En ocasiones lo virtual es para nosotros mucho más tangible que la propia realidad. Y esa no es ninguna apreciación subjetiva, sino una apabullante certeza. Amamos lo que imaginamos, no lo que percibimos a través de los sentidos.

Mi interés por la chica de los libros prácticamente desapareció cuando Nazaret entró en escena. Desde que había creado un perfil en Art Of Love lo virtual comenzaba a cobrar para mí un nuevo significado. Más concretamente, desde que Nazaret Alcázar había irrumpido en mi vida.

Me senté aparatosamente en la silla y con los nervios estuve a punto de caerme. «¡Venga, contrólate, pedazo de imbécil! —me recriminé para mis adentros—. No son más que palabras bien escritas.»

Mi propia reflexión me sacó de mis casillas. Yo mejor que nadie tenía que saber cuánto poder poseían las palabras. Se suponía que era escritor, y por tanto debía ser consciente de la magia que ejercían las cosas bien dichas. ¿Cómo podía decir que Nazaret eran solo palabras? ¿Acaso no creía en mí mismo?

Hola, linda —me atreví a escribir, presa de una extraña audacia.

A punto estaba de arrepentirme de mi ligereza cuando recibí una bonita contestación por parte de Nazaret:

Hola, escritor :) 

Oh, vaya. Me había puesto una carita sonriente, una de esas cosas infernales que llamaban emoticonos. El corazón se me puso a mil por hora de un modo absurdo.

Decidí poner toda la carne en el asador, pero con cabeza. Mi sentido común nunca ha sido demasiado bueno, incluso puedo decir sin temor a equivocarme que he pasado gran parte de mi vida metiendo la pata; yo mismo me he considerado y aún me considero un error. Pero esa es otra historia.

He estado esperándote.

—Te dije que no quería que me esperaras —me reprendió Nazaret desde donde se encontrase—. Ha sido un gesto muy bonito, pero innecesario.

—Quería hacerlo —me excusé con cierta inseguridad—. Me gustó mucho hablar contigo ayer, Nazaret.

Enviar. Un segundo. Dos. Me pareció ver que la mujer de los libros abría la antología poética y pasaba rápidamente algunas de sus páginas. Después se detuvo; pareció encontrar algo.

Escribiendo, advertía el chat. Contuve el aliento.

Y a mí contigo. Fue una charla sustanciosa. Muy interesante.

—Lo mismo pienso yo. —Mis dedos parecían haber enloquecido sobre el teclado—. Me cuesta mucho encontrar personas con las que puedan mantenerse buenas conversaciones, como la de ayer.

—Tal vez porque sencillamente a nadie le guste hablar de lo que hablamos nosotros.

Justo después de leer aquello volví a ver a la mujer de los libros abrir la antología y tomar nota de algo en un pequeño cuaderno.

Yo, por mi parte, tenía las inquietudes divididas: ¿Qué estaría pensando Nazaret de mí? Y por otro lado, ¿en qué estaría metida la sigilosa mujer de los libros?

Dos nuevas mujeres acababan de llegar a mi vida. Una no hablaba. La otra no tenía rostro.

Y ambas me fascinaban.     

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora