—No quiero que me idealices, Lázaro —me dijo tras unos instantes de silencio—. Soy una chica normal y corriente, con un carácter algo distinto, nada más. —Quise replicar de alguna manera, pero ella hizo un movimiento con la mano y continuó diciendo—: Tengo gustos y aficiones como cualquier persona. No me sale un tercer ojo de la frente ni meo almíbar.
—Eso ya lo sé —dije, en un tono que sugería cierta irritación—. Eres excepcional, pero no tanto.
—Y sin embargo te fascino —discrepó Nazaret mirándome de refilón, con suspicacia.
—La fascinación no tiene por qué estar ligada al idealismo.
—Cierto, pero son hermanos gemelos, y se llevan maravillosamente bien —comentó, mirando hacia otro lado.
Junto a ella había una mesita, sobre cuya superficie descansaban cinco libros, cada uno de un grosor diferente. Me figuré que aquellas debían ser las últimas adquisiciones literarias de Nazaret a juzgar por la fugaz mirada de amor que ella les lanzó.
—De todas maneras, no creo que sea malo idealizar a la persona a la que quieres —aseguré, tratando de mantenerme en mis trece—. Cuando nos enamoramos, tendemos a ver a la otra persona como a un ser ideal. Ideal para nosotros, claro.
—No sé si es malo —dijo ella, pensativa y cabizbaja—, pero es peligroso. Puede dar lugar a equívocos que luego nos hagan sufrir decepciones.
—Tú nunca podrías decepcionarme, Nazaret —aseguré, totalmente seguro de lo que decía—. He superado lo más grave de todo: verte en persona. Ahora solo deseo conocerte más, y sobre todo saber por qué me he enamorado de ti como un becerro.
Nazaret sonrió de medio lado, visiblemente halagada.
—¿Enamorado como un becerro? —preguntó, parafraseándome.
Un hombre de panza redonda y ajada camiseta de AC/DC se nos quedó mirando unos instantes; nos había escuchado hablar y ahora sonreía.
Nazaret le lanzó una mirada cáustica y el tipo se hizo el despistado, revisando libros a nuestras espaldas. Yo sabía que aún nos prestaba atención, y por esa razón decidí lanzarme a la piscina; mi sentido exhibicionista estaba despertando, y pedía guerra.
Dios, me sentía como un niñato estúpidamente enamorado de la chica más guapa de la clase.
—¿Quién no se enamoraría de ti? —me aventuré a decir, vigilando al tipo de la camiseta—. Eres guapa, inteligente y salvaje. Eres la mujer ideal para mí.
El tipo de la camiseta de AC/CD nos observó de medio lado con una sonrisita tierna en la boca. Luego volvió a disimular.
Nazaret comprendió lo que yo intentaba hacer, y no quiso quedarse atrás. De hecho, lo que hizo logró quitarme el poco raciocinio que me quedaba: con la lentitud propia de un felino, se levantó de la butaca y se me aproximó. Por un momento creí oír cómo ronroneaba.
Después, se abrió osadamente de piernas y me rodeó con sus muslos. Se me sentó encima, simulando cabalgarme, pero con una sensualidad abrumadora.
El miembro se me endureció de golpe, sin que pudiera evitarlo.
—Y tú eres el hombre ideal para mí.
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...