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Miguel Calasanz se marchó de la casa tras despedirse con una excesiva cortesía, como si se hubiera dado cuenta de que su presencia estaba de más y pretendiera ponerle remedio cuanto antes.

Volví a quedarme solo, más amargado y triste que nunca. Ahora, de repente, me enteraba de que Nazaret Alcázar había intuido que se moriría, y que por eso había dejado todos sus asuntos en regla, había redactado un testamento nombrando albacea a su profesor, y había preparado para mí una caja de misterioso contenido. ¡Dios mío, qué propio de Nazaret!

Se me saltaron de nuevo las lágrimas mientras me aceraba a la caja y acariciaba lentamente su tapa. Las yemas de mis dedos percibieron una curiosa energía que pronto se esfumó. ¿De verdad estaba dispuesto a averiguar lo que había dejado allí para mí?

«Tal vez no sean más que palabras», reflexioné, volviendo a mis recuerdos las primeras charlas virtuales que Nazaret y yo habíamos mantenido a través del chat de Art Of Love. Sí, en realidad no habían sido más que simples palabras, pero ¡qué maravillosas habían sido! ¡Qué curativas! ¡Qué salvadoras!

Así la tapa de la caja con ambas manos y la abrí con parsimonia, como si temiera que un pajarillo encerrado saliera volando y se perdiera en el vacío, abandonándome para siempre.

Pero naturalmente no había nada en su interior que pudiera escapar de mí.

Encontré, así, un cuaderno de tapas de color azul medianoche, un sobre alargado con, supuse, una carta dentro, unos papeles grapados que parecía ser una copia impresa del testamento de Nazaret Alcázar, y un disco en cuya tapa podía leerse con claridad La música de mi corazón. Además, bajo el cuaderno había un libro: A corazón abierto, de Bartolomé Mostaza, su poeta favorito.

Como movido por una voluntad que no era la mía, cogí el disco y me acerqué a la minicadena que había en el mueble del salón. La encendí, metí el disco y le di al play. Una dulcísima melodía, como sacada del mismísimo cielo, comenzó a salir del aparato y a inundar el aire a mi alrededor. ¿Era posible tanta belleza en una simple secuencia de sonidos?

Reconocí la canción en un segundo: Look Into Your Own Mind, de Julianna Barwick.

Entonces regresé a la mesita, saqué el grueso cuaderno azul y lo abrí aleatoriamente.

El corazón me dio un vuelco: se trataba del diario de Nazaret.

Me di cuenta de que ella había dejado un registro de nuestra relación desde el principio, con una meticulosidad pasmosa, desde la primera charla hasta la noche anterior a su muerte.

Allí estaba todo escrito, absolutamente todo.    

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora