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¿Te refieres a sexo virtual? —pregunté, incapaz de resistirme.

Debido a mi total antipatía hacia las redes sociales y todo lo relacionado con la electrónica, nunca había sopesado la posibilidad de experimentar con ello; sinceramente, tampoco había mostrado mucho interés. Me parecía de perdedores, algo que hacía la gente antisocial que se pasaba el día pegada a la pantalla de un ordenador.

—Llamémoslo así.

—De modo que follas virtualmente con hombres.

—Con los que merecen la pena —me corrigió ella rápidamente, como si tuviera prisa para sacarme de mi error—. Ya te dije que el sexo, solo el sexo no me llama la atención. Ha de haber algo más, la esencia de las personas, si quieres verlo de ese modo.

Sentí una punzada de celos sin que pudiera evitarlo. ¿De cuántas esencias estábamos hablando? En otras palabras, ¿con cuántos hombres jugaba Nazaret? Además, ¿todos ellos serían conscientes de ese juego? ¿Habría alguno con aspiraciones más elevadas?

Para mi horror, estaba seguro de que sí.

Es curioso que digas eso cuando no te muestras en tu foto de perfil —comenté, en un arrebato de ira.

Estaba cabreado, sí, pero no sabía muy bien con quién. ¿Acaso con Nazaret, por comportarse como una furcia virtual, o conmigo mismo, por iluso?

De todos modos, ¿qué diablos esperaba? A.O.L. era una página de contactos, y por tanto era lógico que Nazaret elaborase su propia lista de candidatos al puesto de pareja. O de lo que estuviera buscando.

Tú tampoco, hombre herido —me reprochó Nazaret—. Además, no quiero que cualquiera pueda ver mi cara. La esencia de las personas se descubre de otras formas.

—Sí, follando por internet. —Me era muy difícil controlar el enfado, y eso se reflejaba perfectamente en mis palabras—. Muy buena forma de hacerlo, Nazaret.

Lo estás viendo justo al revés. Solo follo por internet con los que han demostrado ser más que una polla con piernas. Ellos me ven. Me oyen. Hablamos y nos intercambiamos fotos. Pero nunca antes de demostrar que son algo más. Nunca.

Un nuevo arrebato de celos. Un latigazo en el alma. Debía haber imaginado que Nazaret tendría sus favoritos. Yo era la novedad, nada más. Por el momento ella no iba a dejar que la viera porque no había demostrado gran cosa.

Me prometí a mí mismo que eso cambiaría a no mucho tardar.

Pero antes tendría que sacarme la espina.

¿Cómo puedes exigir eso, si tú no das un voto de confianza? —la increpé—. No deberías exigir que los demás te confíen su esencia si no das la cara.

—Doy la cara cuando considero oportuno, Lavery. —El tono de sus palabras era tan calmo que me enervaba—. Si tú tienes prisa por verme, sin duda no has entendido nada de lo que te he dicho. El alma no se regala con un rostro bonito.

—Pero tú se lo regalas a esos con los que tan engañosamente juegas —escupí a través del teclado.

Pasaron unos largos y terribles segundos de espera. Nazaret no contestaba, y mi rabia dio paso a un miedo sordo. La había herido, estaba seguro.

Y de repente desapareció del chat. Otra vez.    

Los renacidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora