«Tienes una cosa muy importante que ver, Lázaro», me comunicó la voz de mi conciencia en cuanto probé la primera combinación que se me ocurrió. Por supuesto, no acerté. Me quedaban tres intentos.
«Piensa como Ana.»
Desvié los ojos hacia la ventana, pensando, sopesando mis opciones. Al otro lado caía un torrente de agua mercurial que difuminaba todas las formas y creaba nubes de vapor sobre los tejados de los edificios.
Mi mujer había nacido a principios de marzo. Ahí tenía dos posibles dígitos. Luego, los dos últimos relativos a su año de nacimiento. En total, cuatro dígitos.
«Por probar...»
Tecleé los cuatro números rápidamente. Para mi asombro, el móvil se desbloqueó. ¿Era posible que hubiese acertado tan rápido?
El pulso se me aceleró como si hubiera estado galopando por las escaleras del bloque de pisos. ¿Realmente estaba dispuesto a averiguar qué secretos escondía mi mujer en su móvil?
«Adelante —pensé, completamente decidido—, y que ocurra lo que tenga que ocurrir.»
Así, sin ningún escrúpulo, comencé a bucear en el mundo virtual —y no tan virtual— de la que era mi mujer. Ahí estaban todas sus aplicaciones, unas de música o de juegos, otras de vídeos, de fotomontajes y de muchas otras tonterías que para mí no tenían el menor interés. Ahí estaban los iconos de WhatsApp, de Instagram y de Facebook Lite, el de Play Store, Kies Air, Messenger o Thinkfree Office. Por supuesto, no se me pasó por alto el hecho de que su lista de Play Books fuera inexistente.
Una de aquellas apps, empero, me era totalmente desconocida: SexyChic Talk. El icono que la representaba consistía en dos corazones rosados unidos con unas esposas.
Y junto a aquel icono había dos notificaciones. Sentí en el pecho los latidos desaforados de mi corazón. La intuición me decía que continuara adelante; el miedo, que diera marcha atrás y olvidara lo que había visto.
Pero no, de ninguna manera; eso no podía hacerlo. Necesitaba saber a qué coño estaba jugando Ana.
Pinché en el icono de SexyChic Talk. Un segundo después mi alma se convirtió en una infernal maraña de emociones encontradas al descubrir que aquella app era muy semejante al chat de AOLine: una aplicación para encontrar pareja, para hacer amigos o para buscar sexo fácil sin compromiso.
Y mi mujer chateaba con varios hombres de forma un tanto calenturienta, en especial con uno que tenía aspecto de chulo de discoteca y por nombre Agustín Maroto.
El cabreo me revolvió irremediablemente las tripas. Ana me estaba siendo infiel de manera virtual, tal y como al principio le había sido infiel yo a ella.
O al menos eso pensaba hasta que leí las dos notificaciones:
Hola, preciosa—23:44
Estoy deseando volver a verte. Sé que el tema del niño nos tiene fastidiados a los dos, pero ¿qué podemos hacer? Es nuestro. Sé que se te ha pasado por la cabeza abortar, aunque no me lo hayas dicho. Solo puedo decirte que tienes que jugar bien tus cartas con tu marido. Al final todo va a salirnos a pedir de boca. Ya lo verás—23:46
No sé cuántas veces pude leer aquel odioso mensaje. Cuando lo tuve bien grabado en mi memoria, salí de la app, dejé el móvil donde lo había encontrado y me dirigí a mi estudio como alma que lleva el diablo.
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Los renacidos
RomanceLázaro Montoya está harto del mundo, de su mujer y sobre todo de sí mismo. A sus treinta y ocho años cumplidos, Lázaro siente que su existencia es absurda; se ve como un perdedor, un miserable que malgasta el tiempo haciendo lo que no desea, trabaja...